viernes, 1 de febrero de 2013

Una interpretación para las masas.

Actualmente se está librando una sutil y casi imperceptible batalla vital; no exclusivamente ideológica, por más que algunos sigan empeñados en seguir manteniendo vigentes determinadas terminologías partidistas. Es cierto que siguen presentes ciertos posos ideológicos con regusto añejo; sintomatología residual de trastornos afectivos todavía no resueltos. Y resulta normal y lógico que así sea, pues la herencia del logos se transmite vía generacional y se acomoda a la dialéctica de los nuevos tiempos, sin desaparecer por completo de la memoria y los usos colectivos.
La presente confrontación dialéctica (más evidente en Occidente) no es entre clases sociales, sino entre clases de individuos. Los contrarios, hoy, no son grupos más o menos bien definidos ideológicamente y con intereses antagónicos; el conflicto actual, más profundo, se encuentra a la hora de interpretar y, por tanto legitimar, la misma esencia humana: el sentido del ser.

Si algo caracteriza la actual modernidad es el triunfo del nihilismo existencial, consecuencia inevitable de la relativización de la verdad. Llegados al punto de la negación, vía racional, de que pueda existir una verdad absoluta, solo quedan interpretaciones relativas sobre la verdad  y sobre el sentido del ser.
Muerto Dios, al ser humano no le queda más remedio que erigirse en divinidad todopoderosa encarga de legitimar (atención a la importancia del término) un modelo de vida; de legitimar, si se prefiere, una determinada acepción del sentido del ser.
Pero... ¿cuál es el sentido del ser? o, por mejor decirlo: ¿Qué da sentido a la existencia humana? ¿Por qué existimos y somos autoconscientes de nuestra existencia?
Ni siquiera Heidegger, obcecado en buscar respuestas a estas eternas preguntas, transcendentes y fundamentales, logró descubrir el sentido del ser. Llegó, sin embargo, a dos conclusiones de vital importancia para consideraciones filosóficas posteriores:

1) La esencia del ser es su propia existencia.
2) El ser humano es el pastor del ser.

Lo que es, ES en tanto ex-siste, es decir, en tanto "está ahí". Y, retomando a Spinoza, lo más propio del ser es la perdurabilidad en el tiempo para seguir siendo. Al ser humano le correspondería, por decirlo de alguna manera, reflexionar sobre la cuestión del ser, cuidarlo y responsabilizarse de él, pero no igualarse con el ser (tendencia del antropocentrismo humanista).
Rechazada la vía teológica, según la cual, y a través de las revelaciones de las sagradas escrituras, el sentido del ser sería Dios, Heidegger ensaya la búsqueda del sentido del ser a través de la fenomenología y la metafísica. Sin embargo, el filósofo alemán no halló respuesta, y, reconociendo el nihilista callejón sin salida al que la modernidad condenaba al ser humano, acabó sentenciando: "solo un Dios podría volver a salvar a la humanidad" (cita textual).
Salvar a la humanidad, pero ¿salvarla de qué? ¿A qué se refería Heidegger?
Pues quería salvarla del nihilismo, por supuesto, de la angustia y de la desesperanza de la nada: salvarla de vivir en un sinsentido, es decir, de vivir en un para nada, salvarla de vivir tan solo para morir y dejar de ser.
¡Dejar de ser! Está claro que si el ser humano, en tanto que mortal, está condenado a morir no puede considerarse a sí mismo como la esencia del ser, pues su existencia es finita. A lo sumo, y como bien concluyó Heidegger, puede aspirar a ser el pastor celoso y responsable del ser.

Bueno, y es en este punto donde entran en juego las modernas ciencias de la psicobiología y la neuropsicología, que nos explican y demuestran científicamente (ojito con dicha legitimación racional) que no todas las personas son iguales. No en cuanto a sus capacidades y dotaciones intelectuales y aptitudinales, pero tampoco en cuanto a sus intereses, voliciones y emociones.
Fichte, el filósofo alemán, ya intuyó esta verdad sobre la desigualdad que habría de legitimarse vía científica muchos años más tarde. Cuando Fichte concluyó que "la clase de filosofía que se escogía dependía de la clase de hombre que se era", estaba señalando que un individuo se adhería a los postulados de una determinada ideología (o doctrina) porque ésta coincidía a priori con la particular manera de pensar, de ser, de concebir la vida y la existencia, de dicho individuo.

Así, ahora podríamos concluir con esta otra máxima: " La interpretación que del sentido del ser se haga, dependerá del tipo de pastor que se sea".

Hoy, vuelvo a insistir en ello, tras aceptar la muerte Dios, Occidente se ha visto obligado a legitimar al ser humano en la osadía de autoerigirse en "divinidad", yendo más allá de las competencias propias de un mero pastor o cuidador del sentido del ser, para pasar a ser el interpretador del ser.
Más fácil aún, y rehuyendo de terminologías heideggerianas, ahora podríamos enunciar: "la forma de vida que se escoja dependerá de la clase de persona que se sea".

El problema actual, por tanto, se reduce (como señalé al principio de esta reflexión) a un conflicto entre clases de personas, o entre interpretadores de la vida y la existencia.
¿Y cómo se interpreta la vida, principalmente en Occidente? Pues básicamente a través de dos posturas vitales, que no exclusivamente ideológicas; aunque resulte inevitable que dichas posturas puedan identificarse, en mayor o menor medida, con determinadas ideologías del pasado.
Dejando al margen a los defensores de verdades absolutas, que siguen creyendo en un sentido del ser marcado por fuertes creencias religiosas (un cristianismo cada vez más débil en Occidente y un Islam cada vez más fuerte en Oriente y, dentro de poco, en gran parte de Europa) la generalidad de las actuales sociedades occidentales forman parte de lo que Peter Sloterdijk ha dado en llamar "democracias igualadoras". Democracias en cuyo seno interno late, sin embargo, el conflicto (pugna interna) sobre cómo garantizar y preservar el igualitarismo social imperante en Occidente.
La cuestión a dilucidar será: ¿Cómo se debería preservar y garantizar el actual igualitarismo democrático, aceptado por la generalidad de las ideologías? ¿A través de actuaciones verticales o desde acciones horizontales?
Ahora todos estamos de acuerdo (una amplia mayoría al menos) en que no deben existir clases privilegiadas; todos estamos de acuerdo en que los ciudadanos libres deben ser iguales ante la ley, no deben ser discriminados por cuestión de raza o sexo, y creemos firmemente que los derechos de todos los ciudadanos deben ser garantizados. Pero sigue existiendo un vital desacuerdo, fundamental, en tanto existen diferentes clases de personas, es decir, diferentes interpretaciones de la vida. Podemos optar por defender la necesidad de crear sociedades igualitarias desde el esfuerzo común, promocionando la excelencia y el trabajo (perspectiva vertical) o mantener sociedades igualitarias desde la aceptación de seductoras acomodaciones (perspectiva horizontal).

Ya no resulta justo ni de recibo apelar a la existencia de obsoletas luchas de clases para rehuir la responsabilidad de ejercer de ciudadano responsable. En todo caso habría que proclamar: "Ni en dioses, reyes, ni tribunos ni políticos está el supremo salvador".
Alguien podría argumentar, en efecto, que en cierto modo sí se sigue perpetuando una reactualizada lucha de clases, en tanto los grupos privilegiados siguen estando ahí, entre nos, ahora autolegitimados no por dictamen real o divino, sino por la voluntad de "democracias" pervertidas en su esencia. Me estoy refiriendo a los políticos; a las prebendas y privilegios que se han arrogado a sí mismos haciendo oídos sordos de las reclamaciones de una cada vez más indignada voluntad popular. Una voluntad popular a la que, paradójicamente, sí "escuchan" los diferentes partidos cuando las demandas de las masas (tras previo y sistemático condicionamiento social) acaban coincidiendo con los intereses particularistas de turno.
En cualquier caso, dicho grupo de privilegiados (clase política), ya no representa valores absolutos (ni la izquierda cree realmente en la utopía marxista ni la otrora derecha cree en destinos universales).
Todo es relativo; tan solo se trata de proponer diferentes interpretaciones de la vida, todas válidas en tanto consideradas desde distintas perspectivas. El objetivo común de cualquier gobierno es gestionar a las masas, no dirigirlas mesiánicamente o a la manera de un dictador, sino a través de la ofrenda de sugestivos proyectos de vida democráticos que garanticen la continuidad del status quo actual. Se trata de lograr la paz social de las masas satisfaciendo los instintos y apetitos más básicos de las mismas; se trata de hacer coincidir los deseos particularistas (del partido) con las demandas de las masas. Se trata, en definitiva, de hacerles creer a las masas que sus emociones, sentimientos y voliciones son frutos de su espontánea voluntad popular, y no el resultado de hábiles condicionamientos sociales orientados a que la masa desee, finalmente, aquello que le han inducido a creer, pedagogía social mediante.
Vemos pues, que los diferentes grupos de poder primero interpretan la vida de acorde a sus intereses de "clase" y después se encargan, mediante una sofisticada e intrincada red de manipulación sociológica, de hacer coincidir sus intereses con los de las voluntades populares.
Debe ser así, porque el actual igualitarismo democrático ya no aceptaría ni consideraría legítima ninguna reivindicación que no emanase "libremente" (entrecomillado malicioso) de las voluntades populares.
Así pues, todo se reduce a interpretar y manipular la realidad, porque... ¿Dónde está escrito que sea inmoral dicho proceder? Todo vale cuando se va más allá del bien y del mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario