jueves, 31 de enero de 2013

Sobre el drama de vivir.

¿En qué consiste el "drama" que es la vida? ¿Por qué la existencia humana está cargada de "dramatismo"?
Vivir, desarrollar un proyecto de vida, es un imperativo inherente a la esencia del ser humano. Es cierto que somos arrojados desnudos a la realidad (Zubiri). Nacemos sin haber decidido cuándo, cómo ni dónde nacer, y morimos ¡qué injusticia! sin desear nunca morir.
El ser humano, autoerigido en Dios todopoderoso por el dictamen del relativismo imperante de la época de la modernidad, ni siquiera tiene la capacidad, la libertad en definitiva, para decidir respecto a dos momentos cruciales de su existencia: el principio y el final de su ser.
He ahí el drama que es la vida, el sufrimiento vital de quienes, sabiéndose libres para ser dueños de sus destinos, se ven impotentes, pero, para ser agentes activos y decisivos en dos momentos cruciales (nacimiento y muerte). Momentos, sin duda, que condicionarán su existencia y determinarán sus singulares circunstancias.
Sí, la vida es un drama en tanto que adversidad, pero ante cualquier adversidad o circunstancia impuesta por el caprichoso azar, al ser humano le toca elegir; siempre será libre, lo quiera o no -se sienta libre o no-  para elegir incluso ante las peores adversidades; siempre podrá optar por luchar o por resignarse. Siempre podrá decidir, ante un abanico de más o menos posibilidades, qué hacer con su proyecto de vida.
A todos nos ofrecerá la vida, la existencia en definitiva, la posibilidad de escoger nuestro rol: héroe o villano, y ello independientemente de falaces determinismos clasistas (marxismo) o biológicos (darwinismo) que pretenderán hacernos creer que nuestras posibilidades de alcanzar la autenticidad de nuestro ser dependerá de un destino ya escrito desde el momento de nacer.
Todos, y digo todos, podemos aspirar a ser héroes, porque el héroe no es, al menos no exclusivamente, quien se autoimola en una acción bélica o dando la vida por grandilocuentes causas. Héroe es todo aquel que hace y crea para llevar adelante un proyecto de vida, propio y auténtico, salvando las dificultades y adversidades circundantes.
El héroe es el individuo que proyecta para hacer realidad lo que todavía no es; es quien crea para cambiar y transformar la realidad, para superar adversidades en definitiva.
Pero para ser un héroe, en la acepción más orteguiana del término,  hay que ser ambicioso y disponer de una fuerte voluntad de poder; un poder que no debe entenderse como el deseo de poseer autoridad sobre los demás, sino que debe comprenderse como un deseo vital por ser auténtico, proyectando y haciendo posible que se desarrollen nuestros actos volitivos.
Así, debido al carácter ineludiblemente ambicioso del héroe, éste tropezará una y mil veces contra su antagónico: el villano receloso de lo superior. El héroe deberá enfrentarse al villano que deseará que todo el mundo se resigne como él; deberá vérselas con el individuo gris que detestará la ambición pero loará la mediocridad, disfrazada ésta de falsa humildad.
Y en este "cara a cara" entre héroe y villano (como veremos una lucha desigual) el héroe será quien habrá de perder, porque, desde que el mundo es mundo, los héroes han perecido dando sus vidas por causas perdidas de antemano, pero las ratas, los villanos que actúan siempre desde las sombras, han sobrevivido y han escrito la historia. De hecho, los villanos gestionan el mundo, la vida en definitiva, haciendo todo lo posible para erradicar la figura del héroe de la única manera en que un ser rencoroso y envidioso puede hacerlo: ridiculizándole.
¿En qué consiste la ridiculización del héroe?
La ridiculización es el paso, previo y necesario, a la posterior deslegitimación del héroe, de todo lo que éste representa: ambición, deseos de ser y hacer, ansias de crear en definitiva.
No hay mejor manera de deslegitimar al héroe que caricaturizándolo (esto lo saben bien los musulmanes cuando se enfrentan, rabiosos, ante quienes pretenden ridiculizar la esencia del Islam).
Pero en Occidente, en la decadente civilización occidental, villana y castradora por excelencia, no solo se permite la ridiculización de sus héroes, sino que dicha burla se alienta y se fomenta en aras de preservar el mediocre y resignado, antivital, status actual.
Occidente hace tiempo que apostó por un proyecto de vida: el inauténtico; aquel que despreciará la misma esencia de la heroicidad: la excelencia, la ambición entendida como superación y henchida de ansias de creación, la valentía de desear ser...
¿Qué es un "salvapatrias", sino la ridiculización de la figura del individuo comprometido con altos ideales de vida?
¿Qué es, sin embargo, un "demócrata" (considerado desde la actual perversión del término) sino un ser resignado, cebado y adoctrinado para mejor conservar el actual estado de injusticias que gestionan nuestras vidas?
España, precisamente España, ha sido la nación europea que mejor ha sabido ridiculizar la figura del héroe; ha sido el proyecto de vida más inauténtico y antivital que primero se ha hundido en la decadencia (ya les tocará a los demás). No en vano fue un español quien creó al héroe por excelencia, al más noble y puro, pero a la vez más ridiculizado: El Quijote.
El Quijote, magnífico retrato imperecedero de las dos Españas, o de las dos clases de personas, como gustaba de señalar Ortega, representantes de dos modelos de vida: el auténtico (del héroe que se proyecta para ser, estigmatizado y convertido en bufonesco y díscolo salvapatrias) y el inauténtico (del villano resignado que intentará por todos los medios impedir las acciones del héroe, convenientemente disfrazado de falso demócrata).

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