lunes, 4 de febrero de 2013

De lo transcendente a lo banal.

La modernidad ha supuesto en Occidente la pérdida de la transcendentalidad, el olvido definitivo por la cuestión del ser; la presencia de un nihilismo existencial, difícil de superar, que ha sumido al ser humano en la angustia y la desesperación vital.
La II GM escenificó la última gran batalla vital por rescatar la idea de transcendentalidad; el último gran intento por dirigir a las masas a través de dos proyectos de vida que se pretendían auténticos en su esencia: el nacionalsocialismo y el comunismo.
Ambas doctrinas ideológicas, efectivamente, presentaron un fuerte punto en común: el deseo transcendente de comulgar con el UNO, es decir, la aceptación y sumisión del individio inmerso en el TODO de una sociedad uniformada en torno a la figura de Estados totalitarios, que se autoerigían y autolegitimaban como garantes de valores con aspiración de universalidad.

En los albores de la II GM todavía existía un cierto fervor por rescatar al ser humano de su alienación y angustias existenciales; todavía se creía que era posible dirigir a las masas hacia sugestivos proyectos de vida en común. Hoy, como veremos, se apuesta por la gestión de la vida de los individuos-masa, pervirtiendo la autenticidad de la existencia, pero maquillándola hábilmente para hacerla pasar por deseable y práctica; convirtiéndola en un sucedáneo de autenticidad.
El triunfo del positivismo pragmático consiste, de hecho, en considerar como verdadero o auténtico aquello que es útil o sirve para que la generalidad de los individuos se desempeñen pacíficamente en su quehacer cotidiano, dentro del drama que es la vida.
Hoy, por tanto, podríamos decir que las sociedades occidentales han hecho una clara apuesta por gestionar, que no gobernar o dirigir, a su masa social, desposeyéndola de cualquier resto de rebeldía; erradicando residuos de afectividad airada (fruto de la envidia o la frustración).

El nacionalsocialismo: Propuso un proyecto de vida común y unitario, pero respetando la tradición del logos e intentando recuperar la autenticidad de la naturaleza y el apego del ser humano a la misma. El nihilismo de la modernidad debía superarse retornando a las raíces del hombre con la tierra; renegando de la alienación vital a la que conducía la nueva era tecnológica. Solo considerando esta primera premisa existencial, y su afán por recuperar la vida auténtica centrada en el cuidado y preocupación por la cuestión del ser, puede entenderse la adhesión de Heidegger a las tesis nacionalsocialistas más metafísicas (Peter Sloterdijk).

El comunismo: Propuso un proyecto de vida, también unitario, pero rupturista con la tradición y el logos. Aspiraba a la transformación de la sociedad, hasta que esta deviniera en un utópico socialismo, partiendo de la clara intención de transmutar valores, hasta el punto de que se negaba cualquier legitimidad religiosa, jurídica o política que el marxismo suponía, a priori, corrupta por los intereses burgueses.

Dos proyectos de vida, ambos autolegitimados como auténticos, que intentaron dar una respuesta a la cuestión del ser, dirigiendo a las masas hacia destinos pretendidamente universales y últimos.
Ambos proyectos de vida, sin embargo, resultaron fuertemente antagónicos entre sí, ya en sus primigenias raíces filosóficas. Mientras que el nacionalsocialismo recuperaba los valores de la Naturaleza, haciendo enfásis en la verticalidad de su proyecto igualador, el marxismo adoptaba un humanismo más antropocéntrico para legitimar su proyecto de horizontalidad igualadora. Defendían dos razones de ser tan antagónicas que, inevitablemente, entraban en conflicto y se autoexcluían.
Obsérvese, no obstante, que ambos proyectos de vida creían necesario alcanzar la meta de una sociedad igualadora, donde nadie fuese más que nadie y donde todos los individuos estuviesen supeditados a los designios de un Estado todopoderoso. Así, no resultó extraño que el término "camarada" (etiqueta igualadora) fuese acuñado tanto por nacionalsocialistas como por comunistas.
Dicho afán igualador, más claro y acentuado en la teoría marxista, donde incluso los intelectuales de la época se autodefinían como obreros o proletarios, por tal de no destacar y de evitar reflejar cualquier atisbo de superioridad moral o intelectual, también se daba en el nacionalsocialismo, aunque desde una posición más vertical y respetuosa con el rango jerárquico.
Pero el nacionalsocialismo pretendía en el fondo, y como el marxismo, igualar hacia la mediocridad, razón por la cual una buena parte de la aristocracia, sobre todo de tradición militar prusiana, se opuso al auge del nazismo; se opuso al triunfo de las masas a través de la figura de un líder mediocre cuya única virtud era la de ser un hábil y seductor sofista.
Si lo analizamos meticulosamente, vemos cómo el nacionalsocialismo, aunque apelando a la necesidad de establecer clases jerárquicas, en el fondo no deseaba la promoción de los mejores, es decir, de aquellos intelectuales de pensamiento más liberal que pudieran mostrarse críticos con el regimen.
Y si cínico e hipócrita pudiera parecernos dicho proceder del nacionalismo, el culmen del fariseísmo hemos de hallarlo, sin duda y de forma más clara, en el pretendidamente modelo humanista propuesto por la teoría marxista. Un modelo tan perverso y corrupto que, partiendo de un ensalzamiento del  hombre por el hombre, al cual autoerigía en esencia del ser, le despojaba de cualquier atisbo de dignidad y de libertad individual, conviertiéndolo en esclavo sumiso pero inconsciente de ello.

Si el germen comunista pervive todavía hoy en algunas partes del planeta (China, Corea del Norte, Cuba. Venezuela...) y en grupúsculos más o menos numerosos (partidos políticos) de Europa, se debe a dos razones: La primera fue un grave error histórico, mientras que la segunda fue todo un acierto teórico del marxismo. En cualquier caso, y aunque el devenir de la historia está dejando desnudas las falacias y perversiones del comunismo, es innegable que el comunismo sigue seduciendo a un buen número de individuos, pues no en vano su proyecto de horizontalidad igualadora sigue vigente, de hecho, aunque corregido los excesos, en las actuales democracias igualadoras, en su mayoría de raíz más socialdemócrata que liberal.

Veamos las dos causas principales de la pervivencia actual del comunismo:

1ª) Grave error histórico: Me refiero al error de las potencias aliadas durante la II GM que, aterrorizadas ante la superioridad militar de la Alemania nazi, no dudaron en aliarse junto a la URSS. Estoy seguro que de haber sido al revés, es decir, de haber desempeñado la URSS el rol de potencia conquistadora y beligerantemente superior, que le correspondió a Alemania, el pragmatismo anglosajón (EEUU y Gran Bretaña) hubiese optado por aliarse con el proyecto nacionalsocialista. No nos engañemos, el comunismo pervive, paradójicamente, debido a su primigenia fragilidad y debilidad como proyecto aglutinador de masas. Es cierto que su teoría o propuesta vital (horizontal), como veremos en la segunda causa, era más seductora que la propuesta nacionalsocialista (vertical). Pero del hecho de que, por instinto vital, las potencias aliadas necesitaran conjurarse contra el más fuerte, no debe concluirse, como la historia y algunos intelectuales pudieran pretender, que la bondad del comunismo esté más legitimada que la del nacionalsocialismo. Y, sin embargo, al hallarse en el bando de los vencedores tras la II GM, el comunismo pudo sobrevivir con total desvergüenza, primero, y mutando, más tarde, hacia posicionamientos más cercanos a la socialdemocracia.

2 ª) Acierto teórico del marxismo: Si bien es cierto que las obsoletas tesis marxistas sigen vigentes, en gran medida, debido a pretéritas circunstancias hirtóricas que les fueron favorables, no es menos cierto que su teoría marxista es la que mejor ha sabido entender y canalizar las pulsiones vitales del individuo-masa.
Yo siempre ejemplifico la capacidad seductora del proyecto comunista de la siguiente manera: "Si a un niño cualquiera le dejamos elegir cómo desea ser formado en la escuela, si a través del esfuerzo estresante que insta a la superación (filosofía de igualación vertical) o mediante el relajo de poder aprobar cumpliendo unos mínimos (filosofía de igualación horizontal), el niño elegirá la segunda opción".
Al marxismo, y al ideario comunista en particular, no se le puede negar el acierto de haber elegido el camino más fácil, en tanto que más seductor y negador del sufrimiento, para instar a los individuos a abrazar la fe igualadora y negadora de cualquier atisbo de excelencia.

Conclusión final:

He intentado retrotraerme a un recorrido histórico para señalar la preocupación del ser humano por recuperar la transcendentalidad para sus vidas a través de dos propuestas o proyectos de vida que, al cabo, no fueron sino el reflejo de dos grupos psicológicos humanos, o clases de personas, que, dotados de importantes diferencias psicobiológicas y neuropsicológicas apriorísticas, se sentían instados a preferir aquellos proyecto de vida que les eran más afines a su particular idiosincrasia o forma de ser.
Toda acción que se pretenda transcendente debe cumplir con unos obligados principios de universalidad, validos para TODOS los seres humanos. Y para ello, inevitablemente, es necesaria la comunión o religación del individuo con el UNO o lo absoluto: es necesaria la uniformación igualitaria que destierre voliciones y sentimientos particularistas o individualistas.
La transcendencia religiosa, en crisis debido al positivismo y a la nueva era tecnológica y cientifista, dejó paso a la búsqueda de una transcendencia ideológica representada, principalmente, por dos modelos de vida o formas de entedender al ser humano (vertical vs horizontal) cuyo antagonismo condujo al inevitable conflicto de la II GM.
Las circunstancias históricas y una mejor comprensión de la psicología de las masas por parte del marxismo, han posibilitado que en Occidente, hoy y de facto, se esté ensayando un modelo de vida horizontal a través de democracias igualadoras, pues éste se ha autolegitimado históricamente.
La pervivencia del comunismo, sabiéndose autocorregir a través de la socialdemocracia, ha originado que las tesis verticales, que todavía hacen enfasis en la necesidad del esfuerzo y la superación personal para progresar, estén denostadas o se encuentren relegadas al olvido, ya que no poseen la suficiente capacidad para seducir a las masas; ni, por lo tanto, para gestionarlas.
Sin embargo, el precio a pagar por "disfrutar" de seductoras sociedades del bienestar, donde se reniega del esfuerzo y no se premia el mérito ni la excelencia, es la pérdida de libertad individual creadora, pero también pérdida de energía vital para superar circunstancias adversas. Las masas han sido "pacificadas" y subyugadas en lo mediocre: lo mediocre es bueno, el no sobresalir, el vivir sin preocupaciones, el ser igual que los demás. De ahí que los nuevos líderes también sean el reflejo de la mediocridad, de lo mundano y banal.
Y así, tras esta reflexión, podemos entender un poco mejor, al menos, como el tránsito de lo transcende a lo banal nos ha llevado al nuevo callejón nihilista y sinsentido en que se halla inmersa la civilización occidental.

viernes, 1 de febrero de 2013

Una interpretación para las masas.

Actualmente se está librando una sutil y casi imperceptible batalla vital; no exclusivamente ideológica, por más que algunos sigan empeñados en seguir manteniendo vigentes determinadas terminologías partidistas. Es cierto que siguen presentes ciertos posos ideológicos con regusto añejo; sintomatología residual de trastornos afectivos todavía no resueltos. Y resulta normal y lógico que así sea, pues la herencia del logos se transmite vía generacional y se acomoda a la dialéctica de los nuevos tiempos, sin desaparecer por completo de la memoria y los usos colectivos.
La presente confrontación dialéctica (más evidente en Occidente) no es entre clases sociales, sino entre clases de individuos. Los contrarios, hoy, no son grupos más o menos bien definidos ideológicamente y con intereses antagónicos; el conflicto actual, más profundo, se encuentra a la hora de interpretar y, por tanto legitimar, la misma esencia humana: el sentido del ser.

Si algo caracteriza la actual modernidad es el triunfo del nihilismo existencial, consecuencia inevitable de la relativización de la verdad. Llegados al punto de la negación, vía racional, de que pueda existir una verdad absoluta, solo quedan interpretaciones relativas sobre la verdad  y sobre el sentido del ser.
Muerto Dios, al ser humano no le queda más remedio que erigirse en divinidad todopoderosa encarga de legitimar (atención a la importancia del término) un modelo de vida; de legitimar, si se prefiere, una determinada acepción del sentido del ser.
Pero... ¿cuál es el sentido del ser? o, por mejor decirlo: ¿Qué da sentido a la existencia humana? ¿Por qué existimos y somos autoconscientes de nuestra existencia?
Ni siquiera Heidegger, obcecado en buscar respuestas a estas eternas preguntas, transcendentes y fundamentales, logró descubrir el sentido del ser. Llegó, sin embargo, a dos conclusiones de vital importancia para consideraciones filosóficas posteriores:

1) La esencia del ser es su propia existencia.
2) El ser humano es el pastor del ser.

Lo que es, ES en tanto ex-siste, es decir, en tanto "está ahí". Y, retomando a Spinoza, lo más propio del ser es la perdurabilidad en el tiempo para seguir siendo. Al ser humano le correspondería, por decirlo de alguna manera, reflexionar sobre la cuestión del ser, cuidarlo y responsabilizarse de él, pero no igualarse con el ser (tendencia del antropocentrismo humanista).
Rechazada la vía teológica, según la cual, y a través de las revelaciones de las sagradas escrituras, el sentido del ser sería Dios, Heidegger ensaya la búsqueda del sentido del ser a través de la fenomenología y la metafísica. Sin embargo, el filósofo alemán no halló respuesta, y, reconociendo el nihilista callejón sin salida al que la modernidad condenaba al ser humano, acabó sentenciando: "solo un Dios podría volver a salvar a la humanidad" (cita textual).
Salvar a la humanidad, pero ¿salvarla de qué? ¿A qué se refería Heidegger?
Pues quería salvarla del nihilismo, por supuesto, de la angustia y de la desesperanza de la nada: salvarla de vivir en un sinsentido, es decir, de vivir en un para nada, salvarla de vivir tan solo para morir y dejar de ser.
¡Dejar de ser! Está claro que si el ser humano, en tanto que mortal, está condenado a morir no puede considerarse a sí mismo como la esencia del ser, pues su existencia es finita. A lo sumo, y como bien concluyó Heidegger, puede aspirar a ser el pastor celoso y responsable del ser.

Bueno, y es en este punto donde entran en juego las modernas ciencias de la psicobiología y la neuropsicología, que nos explican y demuestran científicamente (ojito con dicha legitimación racional) que no todas las personas son iguales. No en cuanto a sus capacidades y dotaciones intelectuales y aptitudinales, pero tampoco en cuanto a sus intereses, voliciones y emociones.
Fichte, el filósofo alemán, ya intuyó esta verdad sobre la desigualdad que habría de legitimarse vía científica muchos años más tarde. Cuando Fichte concluyó que "la clase de filosofía que se escogía dependía de la clase de hombre que se era", estaba señalando que un individuo se adhería a los postulados de una determinada ideología (o doctrina) porque ésta coincidía a priori con la particular manera de pensar, de ser, de concebir la vida y la existencia, de dicho individuo.

Así, ahora podríamos concluir con esta otra máxima: " La interpretación que del sentido del ser se haga, dependerá del tipo de pastor que se sea".

Hoy, vuelvo a insistir en ello, tras aceptar la muerte Dios, Occidente se ha visto obligado a legitimar al ser humano en la osadía de autoerigirse en "divinidad", yendo más allá de las competencias propias de un mero pastor o cuidador del sentido del ser, para pasar a ser el interpretador del ser.
Más fácil aún, y rehuyendo de terminologías heideggerianas, ahora podríamos enunciar: "la forma de vida que se escoja dependerá de la clase de persona que se sea".

El problema actual, por tanto, se reduce (como señalé al principio de esta reflexión) a un conflicto entre clases de personas, o entre interpretadores de la vida y la existencia.
¿Y cómo se interpreta la vida, principalmente en Occidente? Pues básicamente a través de dos posturas vitales, que no exclusivamente ideológicas; aunque resulte inevitable que dichas posturas puedan identificarse, en mayor o menor medida, con determinadas ideologías del pasado.
Dejando al margen a los defensores de verdades absolutas, que siguen creyendo en un sentido del ser marcado por fuertes creencias religiosas (un cristianismo cada vez más débil en Occidente y un Islam cada vez más fuerte en Oriente y, dentro de poco, en gran parte de Europa) la generalidad de las actuales sociedades occidentales forman parte de lo que Peter Sloterdijk ha dado en llamar "democracias igualadoras". Democracias en cuyo seno interno late, sin embargo, el conflicto (pugna interna) sobre cómo garantizar y preservar el igualitarismo social imperante en Occidente.
La cuestión a dilucidar será: ¿Cómo se debería preservar y garantizar el actual igualitarismo democrático, aceptado por la generalidad de las ideologías? ¿A través de actuaciones verticales o desde acciones horizontales?
Ahora todos estamos de acuerdo (una amplia mayoría al menos) en que no deben existir clases privilegiadas; todos estamos de acuerdo en que los ciudadanos libres deben ser iguales ante la ley, no deben ser discriminados por cuestión de raza o sexo, y creemos firmemente que los derechos de todos los ciudadanos deben ser garantizados. Pero sigue existiendo un vital desacuerdo, fundamental, en tanto existen diferentes clases de personas, es decir, diferentes interpretaciones de la vida. Podemos optar por defender la necesidad de crear sociedades igualitarias desde el esfuerzo común, promocionando la excelencia y el trabajo (perspectiva vertical) o mantener sociedades igualitarias desde la aceptación de seductoras acomodaciones (perspectiva horizontal).

Ya no resulta justo ni de recibo apelar a la existencia de obsoletas luchas de clases para rehuir la responsabilidad de ejercer de ciudadano responsable. En todo caso habría que proclamar: "Ni en dioses, reyes, ni tribunos ni políticos está el supremo salvador".
Alguien podría argumentar, en efecto, que en cierto modo sí se sigue perpetuando una reactualizada lucha de clases, en tanto los grupos privilegiados siguen estando ahí, entre nos, ahora autolegitimados no por dictamen real o divino, sino por la voluntad de "democracias" pervertidas en su esencia. Me estoy refiriendo a los políticos; a las prebendas y privilegios que se han arrogado a sí mismos haciendo oídos sordos de las reclamaciones de una cada vez más indignada voluntad popular. Una voluntad popular a la que, paradójicamente, sí "escuchan" los diferentes partidos cuando las demandas de las masas (tras previo y sistemático condicionamiento social) acaban coincidiendo con los intereses particularistas de turno.
En cualquier caso, dicho grupo de privilegiados (clase política), ya no representa valores absolutos (ni la izquierda cree realmente en la utopía marxista ni la otrora derecha cree en destinos universales).
Todo es relativo; tan solo se trata de proponer diferentes interpretaciones de la vida, todas válidas en tanto consideradas desde distintas perspectivas. El objetivo común de cualquier gobierno es gestionar a las masas, no dirigirlas mesiánicamente o a la manera de un dictador, sino a través de la ofrenda de sugestivos proyectos de vida democráticos que garanticen la continuidad del status quo actual. Se trata de lograr la paz social de las masas satisfaciendo los instintos y apetitos más básicos de las mismas; se trata de hacer coincidir los deseos particularistas (del partido) con las demandas de las masas. Se trata, en definitiva, de hacerles creer a las masas que sus emociones, sentimientos y voliciones son frutos de su espontánea voluntad popular, y no el resultado de hábiles condicionamientos sociales orientados a que la masa desee, finalmente, aquello que le han inducido a creer, pedagogía social mediante.
Vemos pues, que los diferentes grupos de poder primero interpretan la vida de acorde a sus intereses de "clase" y después se encargan, mediante una sofisticada e intrincada red de manipulación sociológica, de hacer coincidir sus intereses con los de las voluntades populares.
Debe ser así, porque el actual igualitarismo democrático ya no aceptaría ni consideraría legítima ninguna reivindicación que no emanase "libremente" (entrecomillado malicioso) de las voluntades populares.
Así pues, todo se reduce a interpretar y manipular la realidad, porque... ¿Dónde está escrito que sea inmoral dicho proceder? Todo vale cuando se va más allá del bien y del mal.