miércoles, 8 de mayo de 2013

Matrix, Unamuno y Sloterdijk

 
Ayer estaba viendo Matrix , creo que por tercera vez, cuando de repente me asaltó una sugestiva asociación de ideas. Las buenas películas, solía decir mi profesor de comunicación social, son las que sugieren; aquellas que empujan al espectador, no solo a "meterse" dentro de la trama -que también es placentero-  sino que además le invitan a "evadirse" de la misma, permitiéndole profundizar en el interior de sus pensamientos y emociones.
Como decía, mientras escuchaba la explicación de qué era Matrix, no pude evitar recordar el concepto de pedagogía social, de Unamuno, y el concepto de domesticación, de Peter Sloterdijk. ¡Pero si estaban diciendo lo mismo que ya antes dijera el maestro de Salamanca o lo que, ya entrado el SXXI, ha dicho con mayor crudeza el polémico filósofo alemán!
Matrix, Unamuno y Sloterdijk nos alertan, en definitiva, sobre el condicionamiento social, es decir, nos advierten de las armas que utilizan las élites oligárquicas, no solo para controlar a las masas, sino, más grave aún, para crear voliciones en éstas.
Una volición es un "deseo por" o un "deseo de"; es la voluntad orientada a la consecución de un determinado fin. Una voluntad que, como veremos, puede ser creada a posteriori socialmente.
Existen voliciones, deseos y motivaciones vitales y naturales, tales como las de saciar el hambre o el apetito sexual, que son inherentes a todos los individuos; son impulsos apriorísticos que tienen como objetivo la supervivencia y la obtención de placer. Pero existen también deseos y motivaciones que son "programados", que dirían en Matrix, en el sistema volitivo de los individuos: Las voluntades populares.

¿Las voluntades populares, los deseos de las masas, emanan espontáneamente de éstas?

En Matrix veíamos que lo que un individuo "vivía", pensaba o deseaba, era el resultado de un programa externo (creado por máquinas) que intervenía directamente sobre el sistema nervioso de los humanos, de tal manera que los humanos eran convertidos en animales de granja pero sin que estos fuesen conscientes de tan trágica realidad.
Unamuno, en su más que recomendable "Amor y Pedagogía", también nos señalaba la manera inmoral en que la pedagogía social se encargaba de moldear a los individuos desde su nacimiento, cercenando la libertad de los mismos y condicionándoles para desear aquello que la sociedad quería que desearan.
Sloterdijk, más contundente y como en Matrix, se refiere a las escuelas-granja que se encargan de criar ganado para que éste desee y se conduzca según los dictados del domesticador social de turno.

Podríamos concluir, tras aceptar que somos inevitablemente condicionados socialmente, sí o sí, que ninguna voluntad popular tiene legitimidad en sí misma, pues no emana del libre albedrío de la ciudadanía, sino que es el "programa" de un domesticador, en pugna con otros domesticadores, que ha sido insertado a través de pedagogía social en las granjas-escuelas para que las masas deseen lo que a determinados grupos de poder les interesa que deseen.

miércoles, 24 de abril de 2013

La razón vital, Ortega y Gasset.


En su libro "¿Qué es filosofía?, Ortega consideraba que la gran tarea de la filosofía era hallar la verdad radical  uniendo las dimensiones eternas y temporales.
La dimensión eterna: Ortega consideró una preexistencia (a priori) de la verdad; atribuyéndole a ésta un existir previo, incluso antes de que un sujeto real pudiera establecer juicios de valor respecto a ella (Platón) o pudiera definirla conforme al entendimiento (Kant). Un ejemplo de verdad a priori sería la ley de gravitación universal.
La dimensión temporal: La verdad está sometida al tiempo porque el acto psíquico humano que la aprehende (Zubiri) se da en el tiempo y a lo largo de la historia. Según Heidegger, dicho acto psíquico es el fenómeno o lo factible (lo que se da en la realidad).  Pero las verdades en sí mismas no poseen atributo temporal, no duran ni mucho ni poco. Por este motivo, Platón situó a la verdad en un mundo ideal e intemporal (un lugar extramundo): La región sobre-celeste de las ideas.

Considerando la verdad como una unión de las dimensiones eternas y temporales, Ortega se desvincula del relativismo, que defenderá que las verdades lo serán conforme al entendimiento de los hombres (la verdad la crea el ser humano a posteriori a través de la intelección). Así, habría tantas verdades como maneras de entender la realidad.
Frente al relativismo, Ortega defenderá el perspectivismo: No será la verdad la que cambie, sino la acepción que de la misma tengan los hombres en cada momento histórico, es decir,  lo que provocará  “el cambio” de una verdad será la perspectiva de la historia. Por tanto, la verdad para poder serlo en sí misma (sin el concurso del entendimiento humano) deberá aspirar a ser sobrehistórica e inmutable (no depender de la perspectiva histórica) y deberá poseer, por tanto, carácter de absoluta.

Así, la gran cuestión y el tema fundamental de nuestro tiempo, en palabras de Ortega, será el poder demostrar el carácter absoluto de la verdad.

Pero ¿podemos hablar de verdades absolutas?
La verdad científica: En el parecer de Ortega la verdad científica es exacta pero insuficiente para dar respuesta a la pregunta: “¿podemos hallar verdades absolutas?"
La ciencia solo valida conocimientos que se adquieren tras mediciones matemáticamente exactas, pero la verdad vital que necesita el ser humano, sobre el ser, es inexacta en tanto que inmensurable (no medible) y, por tanto, inaccesible para la ciencia.
La filosofía tiene como misión intentar (Ortega hace hincapié en el hecho de intentar) dar respuesta a las necesidades vitales del ser humano, ya que la ciencia rechaza cualquier intento de validar verdades inexactas.
El ser humano no se contenta con que algo sea y esté ahí, pues para ello ya bastaría la verdad científica, sino que necesita saber (filosofía) la razón de ser de lo que es; de la existencia, de la vida en definitiva.

Sin dicha necesidad de verdad vital, el ser humano jamás hubiese concebido religiones, ni místicas ni filosofías o metafísicas. Y no cabe duda de que es inherente al ser humano concebir ideas irreales y/o fantásticas que pueden ser en la mente humana, pero no existir.
Ejemplo: Podemos pensar en un unicornio; sabemos qué es un unicornio, pero los unicornios nunca han existido.

La verdad vital: Para la verdad vital serán insuficientes tanto el realismo como el idealismo:

El realismo: Considera que el pensamiento es el resultado del ser real (de la realidad). La verdad es la realidad o, lo que es lo mismo, el ser lo es de las cosas (filosofía antigua).
El idealismo: El ser es subjetividad (se conforma en el sujeto). Considera que la estructura del ser (de la realidad) procede del pensar (Kant). La verdad se construye conforme al entendimiento humano. Ya Aristóteles consideró la verdad como la coincidencia de lo real con el juicio lógico o racional del ser humano. Por ello, las tesis racionalistas defienden que la verdad (el ser) funciona y es lo mismo que lo que se piensa.
La razón vital de Ortega romperá con dicho dualismo antagónico (realismo vs idealismo) y concluirá que el ser es el vivir en coexistencia consigo mismo (yo, mente, sujeto) y con las cosas (el mundo o circunstancias, la realidad). Así, la verdad vital radical será la vida: “Yo soy yo y mis circunstancias”, la cosa (realidad)  y el sujeto (idea o pensamiento) en estrecha coexistencia.
 

 

martes, 16 de abril de 2013

Te visitará la muerte.



Últimamente ando algo decaído, en franca decadencia. La prueba irrefutable de lo que digo es que me ha dado por volver a leer. ¡Glups, qué mal estoy!
Como ya me sucediera en mi existencialista adolescencia, me ha dado por leer filosofía, y algo de teología, para más inri.
Después de leer un rato, siempre tomando el sol, las más de las veces suelo preguntarme: ¿Para qué cojones me sirve saber cómo reconcilió Santo Tomás de Aquino la filosofía de Aristóteles con el cristianismo, tradicionalmente platónico? ¿Qué consigo al entretenerme en la vana tarea de elucubrar sobre el sexo de los ángeles recurriendo a hueras metafísicas y filosofías?
Entonces me doy cuenta de que tan solo obtengo dos beneficios, pero en absoluto baladíes: Entretener mis neuronas, primero, y por tanto ralentizar la degeneración de mis funciones cognitivas, y segundo, pero no menos importante, consigo disfrutar de los rayos solares cual Diógenes despreocupado.
Sin embargo sí estoy preocupado; por las hipotecas, por los gastos que se suceden, por la salud de mis hijos y, cómo no, por unos cada vez más menguantes ingresos que se diluyen entre mis manos pagando impuestos, impuestos y más impuestos.
La vida es un drama, un constante quehacer, un vivir sin vivir, un quiero y no puedo, un espero y desespero. Una putada, vamos, por decirlo sin eufemismos cursis y en román paladino.
Y la gran putada que es la vida culmina con la solemne e inmisericorde gran putada que es la muerte, siempre acechante y presta a arrebatarnos la existencia en el momento más inesperado.
El otro día una mujer cualquiera, como tantas otras mujeres, comenzó a sentirse mal de repente. Por lo visto sufrió un inesperado ataque de asma. La infeliz intentó llegar a su medicación pero debió ser ingresada urgentemente. Murió en el hospital al poco de llegar, con tan solo 40 años de edad. Ha dejado un viudo y un hijo pequeño huérfano de madre. Seguramente también ha dejado alguna hipoteca, algún que otro cabo suelto en su vida y muchas, muchas preocupaciones.
Una muerte más como tantas otras muertes que se suceden, anónimas, a lo largo de una de las jornadas de la dama de la guadaña.
Y no pasa nada, nunca pasa nada, porque somos un ente orgánico colectivo que sigue vivo, sempiternamente, a pesar de que algunos de sus miembros perezcan inevitablemente por el camino que ha de conducirnos al fin último del absoluto... ¿Pero qué fin último? ¿El fin último de quién o de qué, en caso de haberlo?

Necesito dormir porque, como decía el poeta, "és quan dormo que hi veig clar" (cuando duermo veo claro), es cuando consigo olvidar la gilipollez que es la vida. Cuando duermo sueño, y me imagino una vida mejor: sin políticos, sin deudas, sin miserias, sin cadenas...

lunes, 15 de abril de 2013

La existencia y la esencia.



Hubo un momento de mi vida, siendo un joven bachiller, en el que Sartre y Kierkegaard (más concretamente su "Don Juan") llegaron a cautivarme.
El existencialismo, la filosofía de la existencia, seducía con facilidad a algunos jóvenes de antaño que, a falta de una PlayStation o de cientos de canales digitales, necesitaban alimentar sus neuronas para saciar descontrolados apetitos de saber.
Así, también puedo recordar todavía el impacto que me produjeron dos obras existencialistas de Unamuno: "Niebla" y "San Manuel Bueno, mártir"
Sería fácil arremeter contra las nuevas generaciones y culparles de su ignorancia, como sería fácil volver a arremeter contra la perversa LOGSE, pero lo cierto es que mi privilegiada memoria también recuerda que acaso yo fuere el unico "friki" de mi clase que disfrutaba y entendía las sesudas cuestiones metafísicas que explicaban libros y profesores. Tanto era así que, en no pocas ocasiones, los profesores rompían mi timidez instándome a debatir con ellos, lo cual, en verdad, me producía una curiosa mezcla de ansiedad y placentera excitación.
Tras leer "El Existencialismo Ateo" de Sartre, no pude por menos que sentirme profundamente identificado con él. De hecho, ya estaba preparado para tan herética comunión, pues desde pequeño se me sumió en la angustia de la desesperación, en "el sentimiento trágico de la vida": Dios no existía, estábamos solos en el mundo y de nosotros dependía poder llegar a ser. Así me hizo pensar mi entorno familiar de "izquierdas".
"L´existance précède l´essence" fue una frase que suscribí y acepté como verdadera y que permaneció grabada en mi mente durante mucho tiempo, y en francés, idioma que comencé a estudiar a edad temprana, antes incluso que la lengua catalana (eran otros tiempo más orientados hacia la meritocracia, y no tanto a satisfacer inconscientes particularismos).

Hoy, sin embargo, no sólo me cuestiono la veracidad de dicha máxima, sino que la considero dolorosamente falsa y perversa. Sólo un español como Unamuno, de profunda raigambre católica, aunque agnóstico liberal,supo entender el dolor que suponía privar de esperanza al ser humano; bien lo supo su San Manuel, atormentado párroco que se debatía entre las dudas de su fe y la necesidad de salvar a su rebaño prometiéndole ser más allá de la muerte.
¿De qué sirve, en realidad, negar la existencia de Dios?
Sartre no tuvo dudas ni empacho alguno en asegurar que la negación de Dios servía para poder llegar a ser uno mismo libremente, pues ante la carencia de una esencia espiritual a priori, al individuo sólo le quedaba crear su propio y subjetivo proyecto de vida que le permitiera autorrealizarse (llegar a ser quien realmente era, que diría Fichte).
Creo que Unamuno, como yo mismo, no lo vio tan claro, y ello a pesar de ser, como Sartre, un probado defensor de la subjetividad individual: "soy subjetivo porque soy un sujeto, sería objetivo de ser un objeto" (célebre frase unamuniana).
Y es que Unamuno, el tan español y genial Unamuno, no se engañó hipócritamente como lo hizo Sartre, porque si bien es cierto que el ser humano necesita ser, autorrealizarse a través de proyectos de vida (Ortega), lo que caracteriza al ser humano, ante todo y por encima de todo, es su sed de inmortalidad.

Decía Sartre, gran paradoja, que los valores morales debían inventarse para permitir que el ser humano pudiera realizar proyectos y autorrealizarse, pero al tiempo, curioso cuanto menos, negaba la existencia de Dios.
¿Acaso Dios no es una invención tan VITAL como necesaria?
Suponiendo, incluso, que hubiésemos "inventado" a Dios... ¿Quién nos instó a ello? ¿Tal vez el propio Dios? ¿No podría ser que la esencia espiritual, inherente a nuestra condición humana, ya estuviese presente en nosotros incluso antes de nacer?
¿Acaso una revelación no podría confundirse, perfectamente, con una invención?
Las cuestiones teológicas no son mi fuerte, pero, desde luego, me preocupa mi proyecto de vida y me preocupan mis hijos. Me preocupa que mi hija, por poner un ejemplo ilustrador, pudiera decidir abortar "libremente" (es un decir) con tan sólo 16 años. Y me preocupa que pudiera hacerlo, tan sólo, porque todavía se encontrase en ese estadio evolutivo, propio de todo adolescente, en el que todos hemos sido consciente o inconscientemente sartrianos, es decir, orgullosamente necios como para no reconocer jerarquías superiores, terrenas o divinas; esa edad en la que nuestro egoísmo no nos permitía pararnos a pensar qué era realmente la VIDA y qué significaba realmente ser un ser humano.
Me preocupa, gravemente, que mi hija se convierta en una vulgar Aído (¿un feto no es humano?), porque ahora, con la edad y la experiencia vital acumulada, sí creo que existe una esencia espiritual necesaria, me da igual si inventada o revelada, que nos insta a ser mejores a través de una promesa de vida.

jueves, 11 de abril de 2013

La leyenda negra de las Españas.


¿Acaso es posible amar, o tan siquiera respetar, aquello que se desconoce o, peor aún, nos han enseñado a despreciar?

Decía Julián Marías, en su imprescindible y magnífico libro "La España inteligible", que pocas naciones han recibido tantas hostilidades, desde fuera y desde el interior de su propio seno, como la nación española.
Marías nos señala el origen de dichas hostilidades en la propagación de la vil Leyenda Negra, nacida en el S XVI, y que todavía hoy envenena los espíritus de muchos españoles.
La envidia, nos señala el bueno de Julián, fue la causante de la tergiversación de determinados hechos históricos, primero, y de la exageración y falseamiento de los mismos después.
No entraré a describir de qué manera contribuyó a ello el errado Fray Bartolomé de las Casas, o los territorios protestantes o, incluso, las Españas más particularistas siempre egocéntricas y ansiosas de poder, pero sí recomiendo la lectura atenta de la España inteligible, donde se desmontan una a una, con datos históricos objetivos y argumentos racionales, las mentiras e insidias todavía insertas en el subconsciente colectivo de los españoles.
También me gustaría reivindicar, como hace Marías, la figura de uno de los pocos españoles que no se dejaron engañar por las exageraciones y manipulaciones de la susodicha Leyenda Negra: Francisco de Quevedo, el cual llegó a escribir:

- Hijo de España, escribo sus glorias. Sea el referirlas religiosa lástima de haberlas escuras, y no a ningunos ojos sea la satisfacción en divulgarlas...
-Bien sé a cuántos contradigo, y reconozco los que se han de armar contra mí; mas no fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después.

Tal parece que en la figura de Quevedo hallamos el primer "facha" de la historia, dispuesto a defender la razón de ser de las Españas, aun sabiendo que no le faltarán enemigos que se armen contra él. Y sigue el escritor expresando su pesar en La España defendida (1609) como sigue:

- ¡Oh, desdichada España!, revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución.


Marías, como he señalado en líneas anteriores, sí encuentra las causas de tan porfiada persecución (leer "La España inteligible), e incluso se atreve a señalarnos el remedio que ha de lograr que los hijos de las Españas vean a su legítima madre patria con admiración y respeto:

Llegar a ser un español libre, lográndolo mediante un penoso esfuerzo de veracidad y valor moral -Julián Marías-


Pero, me pregunto yo, ¿cómo llegar a ser un español libre, yo añadiría libre de complejos y culpas, en tanto todavía padecemos el daño de la leyenda negra de las Españas, hábilmente recogida e incorporada en las estrategias descalificadoras marxistas-leninistas, siempre obcecadas en erosionar valores patrios, siempre tercas y obstinadas en arremeter contra lo mejor y más excelente?¿No recordáis discursos de izquierdas que mencionen o hagan referencia a la opresión colonizadora de los españoles en las Américas?
¿A nadie le suena las apelaciones a Flandes y al duque de Alba, por poner sólo unos ejemplos, a las que recurren nuestros particularistas en sus discursos cada vez que argumentan contra el "actual" (¿¿??) imperialismo español?
¿Cuántas veces sale a colación la Sta Inquisición en los argumentos de quienes arremeten contra la idiosincrasia católica de España? ¿Y cuántos saben que dicha Institución se creó en Francia para perseguir a los cátaros?

La Sta Inquisición fue un "invento francés", un tribunal defensor de la fe creado originariamente para perseguir a los cátaros, los cuales se oponían a las doctrinas de la Iglesia católica.
De hecho, los cátaros fueron literalmente exterminados, en Francia (no lo olvidemos)
También en Francia, durante la famosa noche de San Bartolomé, los soldados defensores de la fe católica asesinaron a 5.000 hugonotes.

Tensiones religiosas, incluso odios viscerales entre diferentes comunidades religiosas, han existido en Europa desde que Tarik invadiera la península ibérica en el 711.
No sólo los cristianos cometieron barbaridades, pues también sabemos de las atrocidades cometidas por los musulmanes, sobre todo durante las primeras décadas de su conquista y dominio del decadente reino visigodo.
La preservación de la fe, de la Iglesia Romana, católica y apostólica, no fue tarea exclusiva, aunque sí vital, de la primigenia nación europea: la supernación de las Españas (Julián Marías), sino que fue preocupación común de las posteriores naciones que surgieron en el viejo continente.

Julián Marías no pretende, en su libro "La España inteligible", ni mostrar orgullo ni afán alguno por justificar la existencia pretérita de la Sta Inquisición. Pero sí demuestra los ERRORES y graves atropellos que cometieron, sin excepción, TODOS los antiguos reinos del medievo y las jóvenes naciones Europeas que vieron la luz durante la Edad Moderna.

Se preguntó Julián Marías, entonces, ¿por qué una "Leyenda Negra" sobre las Españas y no sobre ninguna otra nación, cuando TODAS fueron partícipes de injusticias y dogmáticas intransigencias?

La respuesta está en la envidia, y también el TEMOR, que profesaban las potencias europeas a las por entonces orgullosas y poderosas Españas.
Y, como para muestra un botón, Marías nos ilustra con el revelador pensamiento del filósofo inglés Francis Bacon, el cual expresa su opinión respecto a España en el ensayo "Sobre la verdadera grandeza de los Reinos y Estados":

"Me he maravillado a veces de España, cómo abarcan y encierran tan vastos dominios con tan pocos españoles nativos; pero ciertamente la extensión total de España es un grandísimo tronco de árbol, muy por encima de Roma y Esparta al principio...

Seguía Bacon:

... los romanos , los espartanos, los persas, más tarde galos, germanos, godos, sajones, normandos... profesaron a las armas como su principal honor, estudio y ocupación. Los turcos lo tienen hoy, aunque en gran declinación. De la Europa cristiana, los únicos que lo tiene son, en efecto, los españoles...

Fue la gran admiración y respeto (a la postre temor) que sentía por la grandeza de España, lo que instaría a Bacon a escribir una carta al príncipe de Gales (el futuro Carlos I) en 1624
La carta, titulada Consideraciones políticas para emprender la guerra contra España, decía así:

-"Este reino (Inglaterra) tiene justa causa para temer ser destruido por España. ¿Creéis que es poca cosa que la corona de España haya extendido sus límites desde hace sesenta años mucho más que los otomanos los suyos? No digo por alianzas o uniones, sino por las armas, las ocupaciones y por invasiones. Granada, Nápoles, Milán, Portugal, las Indias Orientales y Occidentales son las usurpaciones de esa corona"

En definitiva, Marías expone muy objetivamente, tras pormenorizado estudio y análisis de los hechos del pasado, y con documentos como los que he mostrado, el porqué de la "Leyenda Negra" de las Españas; una leyenda forjada por todos los enemigos de las Españas, que en verdad fueron muchos en tanto grandes y poderosas fueron éstas, y que tenía como objetivo deslegitimar la grandeza y poderío de la primera supernación (nación de naciones) de Europa.
Dicha Leyenda, transmitida de generación en generación y ya inserta en el subconsciente colectivo, es hoy, todavía, la causa directa de los complejos y culpas de muchos españoles, y sigue siendo el arma arrojadiza que, de mil y una maneras, siguen utilizando los enemigos de la Razón de Ser de las Españas (izquierdas apátridas y nacionalismos periféricos) para negar su trayectoria real en la historia.


Acaba Julián Marías el excelente capítulo dedicado a la Leyenda Negra:

- Piénsese cuánto importa conseguir una visión coherente, veraz, inteligible, de lo que España ha sido y, por tanto, de lo que puede ser.






 

miércoles, 10 de abril de 2013

La respectividad de lo real (Zubiri)

"Toda realidad es respectiva en cuanto realidad" - Xavier Zubiri.

Confusión de la filosofía clásica: considerar sinónimos idea, concepto, juicio y opinión.
Los clásicos también equipararon los términos intelección, conocimiento, e incluso ciencia.
Pero no es lo mismo intelección y conocimiento, ya que no toda intelección es conocimiento, pues el acto formal de la inteligencia - que es la intelección- no es conocer sino aprehender las cosas como realidad.

¿Qué es lo propio del inteligir?
La filosofía clásica consideró que lo propio del inteligir era la habitud, la relación o la referencia respecto a la realidad de las cosas. Es necesario distinguir y/o diferenciar dichos conceptos.

Distinción entre habitud, relación y respectividad.

La habitud: Es el modo de "habérselas con el medio" característica o propia de los seres vivos, no de las cosas.
Las tres radicales habitudes de los seres vivos serían:

1- El vegetar (plantas) a través del cual las cosas quedan como alimento.
2- El sentir (animales) a través del cual las cosas quedan como estímulos.
3- El inteligir (hombres) a través del cual las cosas quedan como realidad.

La relación: Nos permite ir de lo más periférico a lo más radical de las cosas.

1- Relación categorial: Es la ordenación o referencia de una cosa real a otra cosa real: semejanza o diversidad, lejanía o proximidad, mayor o menor tamaño...
Tiene dos momentos: el momento de alteridad "ser de " y el "ser en".

2- Relación constitutiva: Las relaciones no son consecutivas de las cosas reales, sino constitutivas de las cosas reales. Es el relacionismo o correlacionismo entre las cosas. El relacionismo es una conceptuación metafísica de las cosas reales.
La relación constitutiva sería un estrato más hondo que el de la relación categorial.
Podemos distinguir:
a) Una relación constitutiva del conocimiento: el conocimiento es una relación de la inteligencia con las cosas.
b) Una relación constitutiva del sujeto: Cada estado mental es constitutivamente dependiente de los demás.
c) Una relación constitutiva del objeto: La cosa es un haz de relaciones a otra cosa.

3- Relación trascendental: Es aquella relación que pertenece a la esencia misma del sujeto relacionado, esto es, a su propia y estricta entidad; es un estrato mucho más hondo que el de la relación categorial y que el de la relación constitutiva.

La respectividad: Es el concepto de realidad como un «de suyo», propio de la intelección sentiente (seres humanos). Las cosas quedan como realidad, no como estímulos (animales).

Inteligencia no consiste en concebir lo dado «a» ella por los sentidos, sino que consiste en aprehender como real lo dado sentientemente «en» ella. Por tanto, la inteligencia no es inteligencia concipiente (la inteligencia concibe y juzga la realidad), sino inteligencia sentiente. Inteligir es un acto que consiste formalmente en aprehender las cosas como reales. Es decir, la inteligencia humana no es sólo sensible (esto es, no sólo está referida «a» cosas sensibles), sino que es formalmente sentiente: aprehende impresivamente «en» ella las cosas como reales.

Conclusión de Zubiri: "En definitiva, a diferencia de la filosofía clásica, pienso que es forzoso partir de una idea distinta de inteligencia, inteligencia sentiente, y en su virtud de una idea distinta de realidad, realidad como «de suyo».
CONCLUSION
Por estratos distintos, hemos visto que en lo real hay relación categorial, relación constitutiva, relación transcendental y respectividad. En orden a nuestro problema, cada estrato supone el siguiente y se funda en él. Toda relación categorial supone tal vez una relación constitutiva. Y toda relación, tanto categorial como constitutiva, supone una relación transcendental. Ahora bien, toda relación de cualquiera de estos tres tipos es relación porque es la referencia de una cosa real a otra cosa real. Y por esto es por lo que toda relación presupone una respectividad transcendental. Porque la respectividad consiste primaria y radicalmente en la intrínseca y formal apertura del momento de realidad. En virtud de esta apertura nada es real, sino siéndolo respectivamente a aquello a que por ser realidad está formalmente abierto. Sólo porque la realidad es respectivamente abierta, sólo por eso puede haber relación. Ante todo, la relación transcendental, la entidad relativa, no sería posible si la realidad misma no fuera entitativamente abierta. Y sólo siéndolo puede haber una relación constitutiva talitativa; la constitución talitativamente relativa sólo es posible porque la talidad misma es abierta en cuanto talidad, es decir, en cuanto real. Y sólo porque lo real es talitativamente abierto puede recibir adventiciamente sus relaciones categoriales.

martes, 9 de abril de 2013

La razón intuitiva o sentiente.

El positivismo, el racionalismo impositor de la lógica y el empirismo científico se han cuidado mucho, desde tiempos de la ilustración, de desterrar la intuición como fuente necesaria para descubrir la verdad y, por tanto, para poder aprehender la realidad de las circunstancias que nos envuelven.
Sin embargo, la idea de Dios, como nuestro deseo de inmortalidad, no puede ser explicada a través de la lógica formal ni demostrada mediante analítico y sistemático método científico.
¿Qué tal llegar a Dios a través de una vía racional intuitiva?

Ni siquiera los ilustrados se pusieron de acuerdo en tan controvertido tema, pues allí donde un La mettrie (precursor del darwinismo) negaba la existencia de Dios, aparecían un Pascal o un Voltaire prestos a tirarle de las orejillas.
La famosa apuesta de Pascal, sin duda fruto de la razón, es toda una lección para los soberbios ateos, pero Voltaire fue todavía más contundente: "si Dios no existiera sería necesario inventarlo, pero la naturaleza entera nos grita que existe".

Es claro que no podemos vivir sin la idea de Dios, sin soñar con la eternidad, sin desear la perdurabilidad en el tiempo de nuestro ser, sin la esperanza de poder seguir siendo tras nuestra muerte.
Unamuno, ¡qué genial Unamuno!, bien claro lo dejó expresado en su "Del sentimiento trágico de la vida"; y también, cuando por boca de su párroco Don Manuel ("San Manuel Bueno, mártir"), propuso a un humilde campesino la posibilidad de que existiera una certeza, una prueba irrefutable de que Dios existía, pero, ¡atención!, al tiempo también existiría la certeza de que no habría vida después de la muerte.
- ¿Entonces para qué debería existir Dios, preguntó perplejo el agudo campesino?

¿Me sirve el Dios Topoderoso de Voltaire, Naturaleza creadora y arquitecto del Universo (deísmo) que, sin embargo, no trascendentalizaría mi ser ni garantizaría mi existencia eterna?
No lo sé, la duda me corroe, pero como Coleridge, sí creo que es necesario (imperativo vital y espiritual inherente al ser humano) tener esperanza, quizás fe:

"Mr. Coleridge solía insistir muy a menudo en la diferencia entre creencia y fe. Cierta vez dijo muy en serio que, si en aquel momento le convencieran de que el Nuevo Testamento era una falsificación desde el principio hasta el fin -y ésta era una convicción cuya posibilidad no podía hacerse cargo- por grande que fuera la desolación que sentiría, no disminuiría ni jota su fe en el poder y la misericordia de Dios por alguna manifestación de su ser hacia el hombre, ya sea en el pasado, en el futuro, o en los abismos ocultos en los que no hay tiempo ni espacio."

viernes, 5 de abril de 2013

Hacia un pragmatismo transcendente

El presente "ensayo", que pretenderá explicar el camino recorrido por el ser humano en su búsqueda de la transcendencia en la existencia, defenderá la necesidad de orientar la vida humana hacia un pragmatismo trascendente. Serán necesarias unas breves líneas para explicar la evolución de la idea de trascendencia a lo largo de la historia, para comprender dicha evolución histórica, primero, y más tarde poder superar el logos tradicional, intentando dotar de sentido la vida humana.

La Modernidad supondrá un punto de inflexión respecto a las diferentes acepciones de la  transcendencia, entendida ésta como Todo absoluto o Dios. La verdad transcendente es la que se da a priori, la que es en sí misma permanente e inmutable y sin necesidad del juicio lógico (Aristóteles) o de ser construida por la inteligencia humana (Kant). Los seres humanos se han aferrado históricamente a creencias transcendentales que diesen sentido a sus vidas y que les permitieran positivar (aceptar) el hecho inevitable de la muerte.
La modernidad, con sus avances científicos y tecnológicos, relegó la cuestión del sentido del Ser al olvido (Heidegger) y, como fatal consecuencia de ello, abocó al ser humano en el nihilismo y en la angustia existencial. Desposeído el ser humano de esperanza de vida tras la muerte, y descreído de que su existencia pudiera tener sentido, éste buscó nuevas alternativas a la tradicional vía teológica, despreciada desde que Nietzsche anunciara "la muerte de Dios". ¿Si Dios no existe y no existe promesa de vida eterna tras la muerte, qué le queda al ser humano para no hundirse en la desesperación? ¿Qué le queda para tener fuerzas para vivir y no abandonarse al suicidio? ¿Por qué y para qué vivir?
Albert Camus, hijo de la modernidad y seguramente inmerso en el desesperanzador nihilismo de su tiempo, erigió a la filosofía como vía alternativa a la teológica, es decir, recurrió a la filosofía para superar el drama de vivir (Ortega) y para hacer frente al sentimiento trágico de la vida (Unamuno). Y Camus nos regaló, escueta pero acertadamente, la siguiente frase: " La filosofía es el intento por evitar el suicidio". Gran verdad.

Pero antes de enunciar y reflexionar sobre las diferentes vías filosóficas postmodernas que se ofrecen como "esperanza de vida" para el ser humano, sería conveniente recordar las dos formas de existencia tradicionales que Peter Sloterdijk, en su magnífica obra "Celo de Dios", expone para poder explicar la sempiterna lucha entre verticalidad y horizontalidad.
Sloterdijk nos habla de dos modos de vida antagónicos: la vida en la cima y la vida en el valle.
Obsérvese que la vida en la cima se correspondería con una vida orientada y determinada por la verticalidad, mientras que en la llanura del valle se desempeñarían proyectos de vida horizontales.

La vida en la cima: Vivir en la cima supone la aceptación de la superación y del esfuerzo para ascender desde la falda de la montaña hasta lo más alto. El hecho de ascender supone el seguimiento de un camino; supone la realización de un recorrido plagado de dificultades. Al individuo le corresponderá alcanzar el sumum, comulgar con el TODO o con Dios a través de duro sacrificio. La vida en la cima supone la aceptación de una verdad transcendente, porque solo creyendo fervientemente en una recompensa última, el individuo podrá obligarse a pasar penalidades y afrontar duros trabajos. Cada paso en la escalada supondrá alcanzar un nuevo escalafón en un status inevitablemente jerárquico, inherente a la verticalidad de la ascensión.
La vida en la cima supone, en definitiva, superación, trabajo y aceptación de una inevitable jerarquía. El pueblo judío y los monoteísmos que de él derivaron (cristianismo e islamismo) se justificaron a sí mismos, y superaron difíciles circunstancias adversas, a través del sacrifico. A lo más alto de una cima debió subir Abraham para sacrificar a su propio hijo, y a lo más alto de una cima debió acceder Moisés para recibir las tablas de la ley. Cristo también fue crucificado en lo alto de una montaña.

La vida en el valle: La vida en el valle es cómoda y fácil, y supone la aceptación de un principio de horizontalidad igualitario. De la misma manera que la vida de Adán y Eva fue fácil en el jardín del Edén, también fue fácil para los primeros asentamientos humanos (revolución neolítica) en los fértiles valles del Tigris, del  Éufrates o del Nilo. Mahoma también prometió un paraíso o vergel, con bellas vírgenes, a quienes murieran por Alá.
La vida en el valle es la más natural y libre, la más deseada por el ser humano, pero tanto las religiones monoteístas, como la propia historia, nos enseñan que dicha vida es mera utopía. Así, Adán y Eva fueron engañados por el mal, de la misma manera que los primeros asentamientos humanos, ante el inevitable crecimiento de la población, debieron establecer férreas jerarquías (reyes y faraones) para dominar y controlar los actos de pillaje y, en definitiva, para poder administrar los recursos.

Las sociedades actuales, por lo general, intentan lograr un equilibrio entre estas dos formas de vida, sabedoras de que tan contraproducente puede resultar un exceso de verticalidad como un exceso de horizontalidad. ¿Pero qué tiene que ver la verdad transcendente con todo esto?
Si consideramos las dos posturas vitales, antagónicas, que serían el materialismo de la ciencia y los diferentes monoteísmos religiosos (y su variante del monoteísmo comunista) comprobamos que sus propuestas de vida resultan insuficientes para cualquiera que se pretenda espíritu libre, es decir, para cualquiera que entienda que la vida no puede ser un camino de desesperanza (materialismo nihilista), pero tampoco debería consistir en una existencia de servidumbre a determinados dogmas (religiosos y/o ideológicos).
El materialismo niega la trascendencia, la existencia a priori de cualquier esencia o razón de ser; niega al ser humano la promesa de vida eterna y lo sume en la desesperanza de una existencia abocada irremediablemente a la nada (la muerte).
Las religiones monoteístas son promesas de vida que sí otorgan a la existencia humana un valor trascendente, es decir, dotan de sentido lo que, a priori, sería una trágica vida de penalidades que culminaría con la muerte. Pero para ser merecedores de la salvación tras la muerte, los seres humanos deberán pagar un caro peaje en forma de renuncia voluntaria a su libertad, convertidos en siervos de un dogma.
El comunismo, intentando "salvar" o superar la servidumbre del ser humano hacia un dogma o creencia religiosa, sume a éste en un nuevo dogma ideológico. De hecho, el comunismo se dota de trascendencia, de sentido y justificación trascendente, desde el momento en que augura (promete) el advenimiento del utópico socialismo como fin último de la historia.
Si bien el materialismo histórico insta al marxismo a prescindir de una realidad trascendens, no puede evitar "contagiarse" del logos tradicional, y toda su teoría (promesa de vida en la tierra, que no en los cielos) no deja de ser una copia de los tres monoteísmos religiosos.
Resulta curioso, todavía hoy, observar la beligerancia con la que cualquier fiel seguidor de Marx sigue arremetiendo contra los seguidores de cualquier vía religiosa; ellos, los justos, se han arrogado no solo el derecho de erigirse en poseedores de "la moral más noble y justa que expresa los intereses de TODA la humanidad trabajadora" (XXI congreso del Partido Comunista, en Rusia 1961) sino que, al tiempo, se erigen en orgullosos Torquemadas con licencia para legitimar dictaduras proletarias o justificar cualquier acción directa que pudiese vulnerar la legalidad institucional. Rechazaron, desde el relativismo moral que defendían, la ética y la moral de la clase burguesa, pero no pudieron evitar imponer su propia moral de clase, absoluta y también con pretensiones de universalidad, como bien dejaron constancia de ello en el XXI Congreso del Partido Comunista.

Las sociedades con proyectos de vida trascendentes (monoteísmo y comunismo) persiguen siempre un fin último que será religioso (recompensa de vida eterna en el Valle del Paraíso) o ideológico (socialismo utópico en el Valle terrenal). Para ello, deberán instar a sus seguidores a cumplir con leyes, ya sean éstas sagradas (fe religiosa) o revolucionarias (fe ideológica); leyes que permitan una ascensión vertical hasta lograr la ansiada horizontalidad igualitaria. Su objetivo, por tanto, será dirigir a las masas, corriendo el riesgo de coaccionarlas en exceso privándolas de libertad por tal de alcanzar un supremum fin último.
Los proyectos de vida pragmáticos, sin embargo, buscarán el acceso directo a la vida en el Valle, prescindiendo de sacrificadas ascensiones verticales, y para ello se dedicarán, tan solo, a gestionar a las masas, pacificándolas y manteniéndolas entretenidas (cultura del ocio). El mayor peligro de una sociedad en exceso pragmática y hedonista será, precisamente, la pérdida de un sentido trascendente de la existencia y, por tanto, la pérdida de la libertad para que los individuos logren su autorrealización personal, ya que la motivación por llegar a ser uno mismo quedará subordinada a los dictados impositores de las masas (fútbol y telebasura uniformadores).

Cuando cualquier espíritu libre descubre que el comunismo tan solo es una nueva forma de esclavitud, que cambió la servidumbre hacia un Dios celestial por la sumisión a un Estado Omnipresente y Todopoderoso, entiende que se hace necesario superarlo, como se han superado en la generalidad de Occidente los dogmáticos monoteísmos.
Se trataría de defender unos valores con inevitable aspiración de universalidad, válidos para todos los seres humanos, pero también pragmáticos, es decir, efectivos para positivar la muerte dotando a los individuos de una existencia trascendente, con sentido.
Así, el pragmatismo existente en las actuales democracias igualitarias debería dotarse de cierta trascendencia si queremos evitar que el desesperanzador nihilismo siga empujando a los seres humanos hacia una vida en el Valle mal entendida, donde se ha desterrado cualquier vestigio de verticalidad en aras de justificar un despreocupado hedonismo, siempre buscando placeres y la satisfacción inmediata de los deseos, sin realizar un mínimo trabajo o esfuerzo.

jueves, 4 de abril de 2013

Hay que salvar a Ortega



Salvar a Ortega, con la urgencia y premura con que Unamuno nos instó en su día salvar la juventud española, es un imperativo vital, necesario e ineludible, para todo español de bien que se precie.
Todo ciudadano responsable debería ayudar a RESCATAR el pensamiento orteguiano, a la postre el único, o de los pocos, orientado en gran medida a entender el problema de las Españas, su sempiterna desvertebración y sus particulares circunstancias siempre adversas, mas nunca salvadas ni superadas con inteligencia.

Creo, como creyera Ortega, que el problema que subyace, irresoluto y olvidado en las actuales circunstancias, es el distanciamiento entre los discursos públicos y privados a la hora de afrontar dificultades.
Una sociedad enferma de esquizofrenia, que siente y piensa en lo privado de forma muy diferente a lo que expresa en público por mor de la "corrección política", está destinada a morir moral y vitalmente.
Pocos fueron los que escucharon en su día a Ortega, y muchos son ahora quienes les desconocen o ignoran.
Bueno sería rescatar su acepción de la docilidad voluntaria hacia los mejores y más excelentes; bueno sería reconocer de una puñetera vez la autoridad de los docentes, como se hizo por ley en la comunidad de Madrid a pesar de algunas reticencias cobardes. ¿Como pretende también Wert?
No han faltado, por supuesto, quienes han evocado los pretéritos recuerdos de la vara de avellano y la colleja para rechazar dicha ley, sin duda inspirados por aquella gloriosa frase de quien fuera ministro de Zapatero, Miguel Sebastián, cuando siendo aspirante a la alcaldía de Madrid dijera "no permitiré que ningún alumno se arrodille ante ningún profesor"
Tampoco han faltado los falseadores y pervertidores de verdades, argumentando que las "pretensiones" del ministro Wert son, poco menos, que erradicar las lenguas cooficiales de los centros de enseñanza y restaurar un nuevo nacionalcatolicismo.
¿De verdad?

Por supuesto que, el que más y el que menos, es conocedor de la VERDAD, es decir, sabe que la educación en España deja mucho que desear (ver los informes Pisa año tras año) Pero pocos, por no decir nadie, están dispuestos a arriesgar su bienestar y el de los suyos en aras de proclamar una blasfemia perseguida por los comisarios al servicio de la dictadura de lo "políticamente correcto": ¡Hay que hacer una reforma urgente el sistema educativo!

Ahí tenemos al exhonorable Montilla, y a otros tantos políticos, que saben perfectamente que la educación en Cataluña hace aguas por todas partes; saben que existen aulas que son auténticos ghettos donde los docentes se ven impotentes no solo para motivar, sino para imponer un mínimo de orden.
Pero dichos políticos exhiben un discurso público que ensalza las bondades del sistema educativo, que niega los problemas existentes y, al tiempo y en una alarde de vil cinismo, salvan a sus proles escolarizándolas en prestigiosos colegios privados.
¿Cabe ser más miserable?
Kant ha muerto hace tiempo, y no me refiero al individuo sino a su pensamiento.
¿Qué hay de aquél no desees o hagas a los demás lo que no desees o no quieras que te hagan a ti mismo?
Pero si Kant ha muerto, como ya ha tiempo murió Montesquieu y la separación independiente de los tres poderes, es porque ya nadie aspira a ser excelente; nadie respeta la inteligencia ni a los individuos que demuestran tener mayores cualidades.
¿Cómo se explica, si no, que solo los más ignorantes, lelos y necios, lleguen a los cargos políticos más elevados? ¿Cómo llegaron a ser presidentes Zapatero, Montilla o Rajoy, por poner tan solo tres patéticos ejemplos?
¡Hay que salvar a Ortega si queremos salvar nuestras terribles circunstancias adversas!, debemos rescatarlo del olvido si queremos superar la dictadura imparable de los individuos-masa, de la MEDIOCRIDAD que, en definitiva, nos somete a través de una falsa democracia, pervertida desde sus cimientos por una vil partitocracia al servicio exclusivo de sus particularistas y bastardos intereses de clase.

El hombre y la verdad



Hace ya algún tiempo me leí un pequeño libro del maestro Zubiri, titulado "el hombre y la verdad".
Intentaré hacer un resumen del mismo a partir de algunas notas que tomé en su día, y agradecería aportaciones y, sobre todo, correcciones, pues se me antoja que no realicé un análisis en exceso sistemático y pormenorizado del mismo.

¿Qué es la verdad?, se preguntó Zubiri, y para responder dicha cuestión nos ilustró con las respuestas dadas por algunos autores:

LA VERDAD COMO REALIDAD (óntica)

Parménides: "Verdad es lo que es". El filósofo griego identificaba Ser = verdad. La verdad es la verdad del TODO (lo que permanece inmutable), no la verdad del hombre, ya que la verdad se da por sí misma, sin mediación alguna, en la realidad. El ser humano debe descubrir la verdad recorriendo el camino de la verdad, que no es otro que el camino del ser, pues el SER no puede NO SER. El Ser es, así, esencia y existencia Presente y Real, pero no transcendente. Parménides se refiere al ser de las cosas (óntico) no al Ser del ser (ontológico), aunque existe discusión al respecto.

Platón: La verdad es la rectitud. La verdad pasa a considerarse, pues, un juicio, es decir, podrá ser o no ser. Si Parménides afirmaba que la Verdad lo era sin la mediación del hombre (era el hombre quien debía descubrirla tal cual era) Platón se referirá al descubrimiento de la idea y no de la apariencia (mito de la caverna) Lo auténticamente real es la idea que se encuentra entro de la realidad aparente.

LA VERDAD COMO REALIDAD Y ADECUACIÓN DEL INTELECTO A LAS COSAS

Aristóteles: La verdad consistirá en que sea cierto lo que se dice. Apela, como Platón, a un juicio, pero que ha de ser lógico.  Aristóteles ofrece una teoría de la verdad mucho más acabada. La tesis básica sobre la que se articula su pensamiento en este punto es que la obra del intelecto es adecuarse a la verdad: el producto propio de la razón es la verdad que, por sí misma, es independiente del sujeto en tanto que real.

LA VERDAD COMO TRANSCENDENS (ontológica)

Sto Tomás: La verdad es la conformidad o adecuamiento con las cosas. La verdad será ontológica y será auténtica cuando los atributos de los que está hecha también sean auténticos.
La verdad, hasta Sto Tomás, se definió, pues, como conformidad del pensamiento y del juicio objetivo sobre las cosas. Tomás sostiene que conocer es abstraer de las cosas lo universal que se encuentra contenido en ellas.
La verdad podrá ser, por tanto, atributo del pensamiento y atributo de las cosas.

LA VERDAD COMO CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

Kant: Aceptará que la verdad lo sea respecto al atributo de las cosas, es decir, cuando no haya discrepancia entre una cosa y lo que digamos sobre ella, pero señalará un problema al considerar la verdad como atributo del pensamiento.

Problema planteado por Kant: ¿El pensamiento está de acuerdo con las cosas porque éstas se reflejan realmente en nuestos juicios? ¿O el pensamiento está de acuerdo con las cosas dependiendo de la dirección de nuestro entendimiento (subjetividad)?
La verdad transcendental será, pues, una verdad puesta, o impuesta, por el hombre mismo, ya que se ha conformado a través del entendimiento.
La verdad de Kant se apoyará en la inteligibilidad, en los actos del entendimiento humano, pero obviará los atributos de la propia realidad.

LA VERDAD FENOMENOLÓGICA

Husserl: La verdad se da en un plano transcendental equidistante tanto del objeto-realidad (realismo) como de la idea-sujeto (idealismo). La verdad se da a través del fenómeno, que no es la realidad en sí misma ni la existencia del ente en si, sino una manifestación de la misma verdad o realidad.

LA VERDAD RESPECTO A LO REAL o como CONSTRUCTIVIDAD TRANSCENDENTAL

Zubiri reivindicará el papel de la realidad, y para ello definirá la inteligibilidad (los actos intelectivos) no sólo como juicios propios de la razón y la lógica (el entendimiento kantiano) sino también como actos volitivos y experiencias emocionales (inteligencia sentiente). La realidad lo es de suyo y la inteligencia (el sujeto) no juzga la adecuación del entendimiento cono la realidad, sino que aprehende la realidad misma.
Así, la verdad vuelve a encontrar su coincidencia con la realidad, porque la realidad, tal cual la percibimos, es fruto de la racionalidad, pero no sólo de la razón lógica sino también de las emociones y las voliciones.
La realidad se da a sí misma y es respectiva de otras realidades. A través de la intelección sentiente aprehendemos la realidad, de algo (cosa) que está formalmente presente como real, pues tiene carácter de suyo.

Hasta llegar a Zubiri se había asociado exclusivamente racionalidad con razón, cuando la racionalidad de los seres humanos es mucho más; es un atributo de la inteligencia para descubrir y aprehender la realidad a través de diferentes vías:
- Vías lógicas y cientifistas.
- Vías místicas y religiosas.

Todas las vías, en tanto que racionales, se valen de actos intelectivos a través de los cuales se puede llegar a hallar la verdad a partir de la aprehensión de la realidad.
La verdad, el Ser real se da de por sí, es aquello que se nos presenta en la impresión y tendrá carácter transcendente y será constructo (construcción) de la realidad. La verdad será una constructividad transcendental.

Nota: lo transcendental tiene dos caracteres: ser a priori respecto a las cosas (el Ser) y estar estructurado por sí mismo (no creado por el sujeto).

lunes, 4 de febrero de 2013

De lo transcendente a lo banal.

La modernidad ha supuesto en Occidente la pérdida de la transcendentalidad, el olvido definitivo por la cuestión del ser; la presencia de un nihilismo existencial, difícil de superar, que ha sumido al ser humano en la angustia y la desesperación vital.
La II GM escenificó la última gran batalla vital por rescatar la idea de transcendentalidad; el último gran intento por dirigir a las masas a través de dos proyectos de vida que se pretendían auténticos en su esencia: el nacionalsocialismo y el comunismo.
Ambas doctrinas ideológicas, efectivamente, presentaron un fuerte punto en común: el deseo transcendente de comulgar con el UNO, es decir, la aceptación y sumisión del individio inmerso en el TODO de una sociedad uniformada en torno a la figura de Estados totalitarios, que se autoerigían y autolegitimaban como garantes de valores con aspiración de universalidad.

En los albores de la II GM todavía existía un cierto fervor por rescatar al ser humano de su alienación y angustias existenciales; todavía se creía que era posible dirigir a las masas hacia sugestivos proyectos de vida en común. Hoy, como veremos, se apuesta por la gestión de la vida de los individuos-masa, pervirtiendo la autenticidad de la existencia, pero maquillándola hábilmente para hacerla pasar por deseable y práctica; convirtiéndola en un sucedáneo de autenticidad.
El triunfo del positivismo pragmático consiste, de hecho, en considerar como verdadero o auténtico aquello que es útil o sirve para que la generalidad de los individuos se desempeñen pacíficamente en su quehacer cotidiano, dentro del drama que es la vida.
Hoy, por tanto, podríamos decir que las sociedades occidentales han hecho una clara apuesta por gestionar, que no gobernar o dirigir, a su masa social, desposeyéndola de cualquier resto de rebeldía; erradicando residuos de afectividad airada (fruto de la envidia o la frustración).

El nacionalsocialismo: Propuso un proyecto de vida común y unitario, pero respetando la tradición del logos e intentando recuperar la autenticidad de la naturaleza y el apego del ser humano a la misma. El nihilismo de la modernidad debía superarse retornando a las raíces del hombre con la tierra; renegando de la alienación vital a la que conducía la nueva era tecnológica. Solo considerando esta primera premisa existencial, y su afán por recuperar la vida auténtica centrada en el cuidado y preocupación por la cuestión del ser, puede entenderse la adhesión de Heidegger a las tesis nacionalsocialistas más metafísicas (Peter Sloterdijk).

El comunismo: Propuso un proyecto de vida, también unitario, pero rupturista con la tradición y el logos. Aspiraba a la transformación de la sociedad, hasta que esta deviniera en un utópico socialismo, partiendo de la clara intención de transmutar valores, hasta el punto de que se negaba cualquier legitimidad religiosa, jurídica o política que el marxismo suponía, a priori, corrupta por los intereses burgueses.

Dos proyectos de vida, ambos autolegitimados como auténticos, que intentaron dar una respuesta a la cuestión del ser, dirigiendo a las masas hacia destinos pretendidamente universales y últimos.
Ambos proyectos de vida, sin embargo, resultaron fuertemente antagónicos entre sí, ya en sus primigenias raíces filosóficas. Mientras que el nacionalsocialismo recuperaba los valores de la Naturaleza, haciendo enfásis en la verticalidad de su proyecto igualador, el marxismo adoptaba un humanismo más antropocéntrico para legitimar su proyecto de horizontalidad igualadora. Defendían dos razones de ser tan antagónicas que, inevitablemente, entraban en conflicto y se autoexcluían.
Obsérvese, no obstante, que ambos proyectos de vida creían necesario alcanzar la meta de una sociedad igualadora, donde nadie fuese más que nadie y donde todos los individuos estuviesen supeditados a los designios de un Estado todopoderoso. Así, no resultó extraño que el término "camarada" (etiqueta igualadora) fuese acuñado tanto por nacionalsocialistas como por comunistas.
Dicho afán igualador, más claro y acentuado en la teoría marxista, donde incluso los intelectuales de la época se autodefinían como obreros o proletarios, por tal de no destacar y de evitar reflejar cualquier atisbo de superioridad moral o intelectual, también se daba en el nacionalsocialismo, aunque desde una posición más vertical y respetuosa con el rango jerárquico.
Pero el nacionalsocialismo pretendía en el fondo, y como el marxismo, igualar hacia la mediocridad, razón por la cual una buena parte de la aristocracia, sobre todo de tradición militar prusiana, se opuso al auge del nazismo; se opuso al triunfo de las masas a través de la figura de un líder mediocre cuya única virtud era la de ser un hábil y seductor sofista.
Si lo analizamos meticulosamente, vemos cómo el nacionalsocialismo, aunque apelando a la necesidad de establecer clases jerárquicas, en el fondo no deseaba la promoción de los mejores, es decir, de aquellos intelectuales de pensamiento más liberal que pudieran mostrarse críticos con el regimen.
Y si cínico e hipócrita pudiera parecernos dicho proceder del nacionalismo, el culmen del fariseísmo hemos de hallarlo, sin duda y de forma más clara, en el pretendidamente modelo humanista propuesto por la teoría marxista. Un modelo tan perverso y corrupto que, partiendo de un ensalzamiento del  hombre por el hombre, al cual autoerigía en esencia del ser, le despojaba de cualquier atisbo de dignidad y de libertad individual, conviertiéndolo en esclavo sumiso pero inconsciente de ello.

Si el germen comunista pervive todavía hoy en algunas partes del planeta (China, Corea del Norte, Cuba. Venezuela...) y en grupúsculos más o menos numerosos (partidos políticos) de Europa, se debe a dos razones: La primera fue un grave error histórico, mientras que la segunda fue todo un acierto teórico del marxismo. En cualquier caso, y aunque el devenir de la historia está dejando desnudas las falacias y perversiones del comunismo, es innegable que el comunismo sigue seduciendo a un buen número de individuos, pues no en vano su proyecto de horizontalidad igualadora sigue vigente, de hecho, aunque corregido los excesos, en las actuales democracias igualadoras, en su mayoría de raíz más socialdemócrata que liberal.

Veamos las dos causas principales de la pervivencia actual del comunismo:

1ª) Grave error histórico: Me refiero al error de las potencias aliadas durante la II GM que, aterrorizadas ante la superioridad militar de la Alemania nazi, no dudaron en aliarse junto a la URSS. Estoy seguro que de haber sido al revés, es decir, de haber desempeñado la URSS el rol de potencia conquistadora y beligerantemente superior, que le correspondió a Alemania, el pragmatismo anglosajón (EEUU y Gran Bretaña) hubiese optado por aliarse con el proyecto nacionalsocialista. No nos engañemos, el comunismo pervive, paradójicamente, debido a su primigenia fragilidad y debilidad como proyecto aglutinador de masas. Es cierto que su teoría o propuesta vital (horizontal), como veremos en la segunda causa, era más seductora que la propuesta nacionalsocialista (vertical). Pero del hecho de que, por instinto vital, las potencias aliadas necesitaran conjurarse contra el más fuerte, no debe concluirse, como la historia y algunos intelectuales pudieran pretender, que la bondad del comunismo esté más legitimada que la del nacionalsocialismo. Y, sin embargo, al hallarse en el bando de los vencedores tras la II GM, el comunismo pudo sobrevivir con total desvergüenza, primero, y mutando, más tarde, hacia posicionamientos más cercanos a la socialdemocracia.

2 ª) Acierto teórico del marxismo: Si bien es cierto que las obsoletas tesis marxistas sigen vigentes, en gran medida, debido a pretéritas circunstancias hirtóricas que les fueron favorables, no es menos cierto que su teoría marxista es la que mejor ha sabido entender y canalizar las pulsiones vitales del individuo-masa.
Yo siempre ejemplifico la capacidad seductora del proyecto comunista de la siguiente manera: "Si a un niño cualquiera le dejamos elegir cómo desea ser formado en la escuela, si a través del esfuerzo estresante que insta a la superación (filosofía de igualación vertical) o mediante el relajo de poder aprobar cumpliendo unos mínimos (filosofía de igualación horizontal), el niño elegirá la segunda opción".
Al marxismo, y al ideario comunista en particular, no se le puede negar el acierto de haber elegido el camino más fácil, en tanto que más seductor y negador del sufrimiento, para instar a los individuos a abrazar la fe igualadora y negadora de cualquier atisbo de excelencia.

Conclusión final:

He intentado retrotraerme a un recorrido histórico para señalar la preocupación del ser humano por recuperar la transcendentalidad para sus vidas a través de dos propuestas o proyectos de vida que, al cabo, no fueron sino el reflejo de dos grupos psicológicos humanos, o clases de personas, que, dotados de importantes diferencias psicobiológicas y neuropsicológicas apriorísticas, se sentían instados a preferir aquellos proyecto de vida que les eran más afines a su particular idiosincrasia o forma de ser.
Toda acción que se pretenda transcendente debe cumplir con unos obligados principios de universalidad, validos para TODOS los seres humanos. Y para ello, inevitablemente, es necesaria la comunión o religación del individuo con el UNO o lo absoluto: es necesaria la uniformación igualitaria que destierre voliciones y sentimientos particularistas o individualistas.
La transcendencia religiosa, en crisis debido al positivismo y a la nueva era tecnológica y cientifista, dejó paso a la búsqueda de una transcendencia ideológica representada, principalmente, por dos modelos de vida o formas de entedender al ser humano (vertical vs horizontal) cuyo antagonismo condujo al inevitable conflicto de la II GM.
Las circunstancias históricas y una mejor comprensión de la psicología de las masas por parte del marxismo, han posibilitado que en Occidente, hoy y de facto, se esté ensayando un modelo de vida horizontal a través de democracias igualadoras, pues éste se ha autolegitimado históricamente.
La pervivencia del comunismo, sabiéndose autocorregir a través de la socialdemocracia, ha originado que las tesis verticales, que todavía hacen enfasis en la necesidad del esfuerzo y la superación personal para progresar, estén denostadas o se encuentren relegadas al olvido, ya que no poseen la suficiente capacidad para seducir a las masas; ni, por lo tanto, para gestionarlas.
Sin embargo, el precio a pagar por "disfrutar" de seductoras sociedades del bienestar, donde se reniega del esfuerzo y no se premia el mérito ni la excelencia, es la pérdida de libertad individual creadora, pero también pérdida de energía vital para superar circunstancias adversas. Las masas han sido "pacificadas" y subyugadas en lo mediocre: lo mediocre es bueno, el no sobresalir, el vivir sin preocupaciones, el ser igual que los demás. De ahí que los nuevos líderes también sean el reflejo de la mediocridad, de lo mundano y banal.
Y así, tras esta reflexión, podemos entender un poco mejor, al menos, como el tránsito de lo transcende a lo banal nos ha llevado al nuevo callejón nihilista y sinsentido en que se halla inmersa la civilización occidental.

viernes, 1 de febrero de 2013

Una interpretación para las masas.

Actualmente se está librando una sutil y casi imperceptible batalla vital; no exclusivamente ideológica, por más que algunos sigan empeñados en seguir manteniendo vigentes determinadas terminologías partidistas. Es cierto que siguen presentes ciertos posos ideológicos con regusto añejo; sintomatología residual de trastornos afectivos todavía no resueltos. Y resulta normal y lógico que así sea, pues la herencia del logos se transmite vía generacional y se acomoda a la dialéctica de los nuevos tiempos, sin desaparecer por completo de la memoria y los usos colectivos.
La presente confrontación dialéctica (más evidente en Occidente) no es entre clases sociales, sino entre clases de individuos. Los contrarios, hoy, no son grupos más o menos bien definidos ideológicamente y con intereses antagónicos; el conflicto actual, más profundo, se encuentra a la hora de interpretar y, por tanto legitimar, la misma esencia humana: el sentido del ser.

Si algo caracteriza la actual modernidad es el triunfo del nihilismo existencial, consecuencia inevitable de la relativización de la verdad. Llegados al punto de la negación, vía racional, de que pueda existir una verdad absoluta, solo quedan interpretaciones relativas sobre la verdad  y sobre el sentido del ser.
Muerto Dios, al ser humano no le queda más remedio que erigirse en divinidad todopoderosa encarga de legitimar (atención a la importancia del término) un modelo de vida; de legitimar, si se prefiere, una determinada acepción del sentido del ser.
Pero... ¿cuál es el sentido del ser? o, por mejor decirlo: ¿Qué da sentido a la existencia humana? ¿Por qué existimos y somos autoconscientes de nuestra existencia?
Ni siquiera Heidegger, obcecado en buscar respuestas a estas eternas preguntas, transcendentes y fundamentales, logró descubrir el sentido del ser. Llegó, sin embargo, a dos conclusiones de vital importancia para consideraciones filosóficas posteriores:

1) La esencia del ser es su propia existencia.
2) El ser humano es el pastor del ser.

Lo que es, ES en tanto ex-siste, es decir, en tanto "está ahí". Y, retomando a Spinoza, lo más propio del ser es la perdurabilidad en el tiempo para seguir siendo. Al ser humano le correspondería, por decirlo de alguna manera, reflexionar sobre la cuestión del ser, cuidarlo y responsabilizarse de él, pero no igualarse con el ser (tendencia del antropocentrismo humanista).
Rechazada la vía teológica, según la cual, y a través de las revelaciones de las sagradas escrituras, el sentido del ser sería Dios, Heidegger ensaya la búsqueda del sentido del ser a través de la fenomenología y la metafísica. Sin embargo, el filósofo alemán no halló respuesta, y, reconociendo el nihilista callejón sin salida al que la modernidad condenaba al ser humano, acabó sentenciando: "solo un Dios podría volver a salvar a la humanidad" (cita textual).
Salvar a la humanidad, pero ¿salvarla de qué? ¿A qué se refería Heidegger?
Pues quería salvarla del nihilismo, por supuesto, de la angustia y de la desesperanza de la nada: salvarla de vivir en un sinsentido, es decir, de vivir en un para nada, salvarla de vivir tan solo para morir y dejar de ser.
¡Dejar de ser! Está claro que si el ser humano, en tanto que mortal, está condenado a morir no puede considerarse a sí mismo como la esencia del ser, pues su existencia es finita. A lo sumo, y como bien concluyó Heidegger, puede aspirar a ser el pastor celoso y responsable del ser.

Bueno, y es en este punto donde entran en juego las modernas ciencias de la psicobiología y la neuropsicología, que nos explican y demuestran científicamente (ojito con dicha legitimación racional) que no todas las personas son iguales. No en cuanto a sus capacidades y dotaciones intelectuales y aptitudinales, pero tampoco en cuanto a sus intereses, voliciones y emociones.
Fichte, el filósofo alemán, ya intuyó esta verdad sobre la desigualdad que habría de legitimarse vía científica muchos años más tarde. Cuando Fichte concluyó que "la clase de filosofía que se escogía dependía de la clase de hombre que se era", estaba señalando que un individuo se adhería a los postulados de una determinada ideología (o doctrina) porque ésta coincidía a priori con la particular manera de pensar, de ser, de concebir la vida y la existencia, de dicho individuo.

Así, ahora podríamos concluir con esta otra máxima: " La interpretación que del sentido del ser se haga, dependerá del tipo de pastor que se sea".

Hoy, vuelvo a insistir en ello, tras aceptar la muerte Dios, Occidente se ha visto obligado a legitimar al ser humano en la osadía de autoerigirse en "divinidad", yendo más allá de las competencias propias de un mero pastor o cuidador del sentido del ser, para pasar a ser el interpretador del ser.
Más fácil aún, y rehuyendo de terminologías heideggerianas, ahora podríamos enunciar: "la forma de vida que se escoja dependerá de la clase de persona que se sea".

El problema actual, por tanto, se reduce (como señalé al principio de esta reflexión) a un conflicto entre clases de personas, o entre interpretadores de la vida y la existencia.
¿Y cómo se interpreta la vida, principalmente en Occidente? Pues básicamente a través de dos posturas vitales, que no exclusivamente ideológicas; aunque resulte inevitable que dichas posturas puedan identificarse, en mayor o menor medida, con determinadas ideologías del pasado.
Dejando al margen a los defensores de verdades absolutas, que siguen creyendo en un sentido del ser marcado por fuertes creencias religiosas (un cristianismo cada vez más débil en Occidente y un Islam cada vez más fuerte en Oriente y, dentro de poco, en gran parte de Europa) la generalidad de las actuales sociedades occidentales forman parte de lo que Peter Sloterdijk ha dado en llamar "democracias igualadoras". Democracias en cuyo seno interno late, sin embargo, el conflicto (pugna interna) sobre cómo garantizar y preservar el igualitarismo social imperante en Occidente.
La cuestión a dilucidar será: ¿Cómo se debería preservar y garantizar el actual igualitarismo democrático, aceptado por la generalidad de las ideologías? ¿A través de actuaciones verticales o desde acciones horizontales?
Ahora todos estamos de acuerdo (una amplia mayoría al menos) en que no deben existir clases privilegiadas; todos estamos de acuerdo en que los ciudadanos libres deben ser iguales ante la ley, no deben ser discriminados por cuestión de raza o sexo, y creemos firmemente que los derechos de todos los ciudadanos deben ser garantizados. Pero sigue existiendo un vital desacuerdo, fundamental, en tanto existen diferentes clases de personas, es decir, diferentes interpretaciones de la vida. Podemos optar por defender la necesidad de crear sociedades igualitarias desde el esfuerzo común, promocionando la excelencia y el trabajo (perspectiva vertical) o mantener sociedades igualitarias desde la aceptación de seductoras acomodaciones (perspectiva horizontal).

Ya no resulta justo ni de recibo apelar a la existencia de obsoletas luchas de clases para rehuir la responsabilidad de ejercer de ciudadano responsable. En todo caso habría que proclamar: "Ni en dioses, reyes, ni tribunos ni políticos está el supremo salvador".
Alguien podría argumentar, en efecto, que en cierto modo sí se sigue perpetuando una reactualizada lucha de clases, en tanto los grupos privilegiados siguen estando ahí, entre nos, ahora autolegitimados no por dictamen real o divino, sino por la voluntad de "democracias" pervertidas en su esencia. Me estoy refiriendo a los políticos; a las prebendas y privilegios que se han arrogado a sí mismos haciendo oídos sordos de las reclamaciones de una cada vez más indignada voluntad popular. Una voluntad popular a la que, paradójicamente, sí "escuchan" los diferentes partidos cuando las demandas de las masas (tras previo y sistemático condicionamiento social) acaban coincidiendo con los intereses particularistas de turno.
En cualquier caso, dicho grupo de privilegiados (clase política), ya no representa valores absolutos (ni la izquierda cree realmente en la utopía marxista ni la otrora derecha cree en destinos universales).
Todo es relativo; tan solo se trata de proponer diferentes interpretaciones de la vida, todas válidas en tanto consideradas desde distintas perspectivas. El objetivo común de cualquier gobierno es gestionar a las masas, no dirigirlas mesiánicamente o a la manera de un dictador, sino a través de la ofrenda de sugestivos proyectos de vida democráticos que garanticen la continuidad del status quo actual. Se trata de lograr la paz social de las masas satisfaciendo los instintos y apetitos más básicos de las mismas; se trata de hacer coincidir los deseos particularistas (del partido) con las demandas de las masas. Se trata, en definitiva, de hacerles creer a las masas que sus emociones, sentimientos y voliciones son frutos de su espontánea voluntad popular, y no el resultado de hábiles condicionamientos sociales orientados a que la masa desee, finalmente, aquello que le han inducido a creer, pedagogía social mediante.
Vemos pues, que los diferentes grupos de poder primero interpretan la vida de acorde a sus intereses de "clase" y después se encargan, mediante una sofisticada e intrincada red de manipulación sociológica, de hacer coincidir sus intereses con los de las voluntades populares.
Debe ser así, porque el actual igualitarismo democrático ya no aceptaría ni consideraría legítima ninguna reivindicación que no emanase "libremente" (entrecomillado malicioso) de las voluntades populares.
Así pues, todo se reduce a interpretar y manipular la realidad, porque... ¿Dónde está escrito que sea inmoral dicho proceder? Todo vale cuando se va más allá del bien y del mal.

jueves, 31 de enero de 2013

El sentido del ser.

¿Cuál es el ser del ser?

La tarea básica de toda filosofía, en palabras de Ortega, es hallar la razón del ser o, como dijera Heidegger, encontrar el sentido del ser. Así, descubrir el ser del ser (el porqué del ser) es la primera y más urgente pregunta que se formula cualquier ser humano sumido en el drama de vivir, es decir, cualquier individuo angustiado ante la muerte y la posibilidad de que tras morir solo quede la nada.
Si vamos a morir, ¿entonces por qué existimos? ¿Qué sentido tiene que seamos (existamos) tan solo por un pequeño período de tiempo? ¿Para qué tan corto viaje, aparentemente sin sentido?
Yendo más allá de la mera existencia óntica (de las cosas), que nos demuestra que lo que es existe en tanto posee unas cualidades constantes y permanentes que podemos observar y aprehender con la razón y los sentidos, el ser humano (pastor del ser) necesita saber la verdad sobre la existencia ontológica del ser (su razón y su sentido), pues es un imperativo vital que nos insta a huir del vacío de la nada.

Reduciendo al máximo, y simplificando en aras de la claridad*, podríamos decir que el ser humano no ha hallado todavía la respuesta a la pregunta más urgente y radical, ergo vital, que necesita para justificar su existencia: ¿Seguiremos siendo tras morir?

Metafísicamente hablando, el ser es eterno e invariable, pues es lo antagónico a la nada. Pero recuérdese que nos estamos refiriendo al ser ontológico, a una razón y un sentido que permanecen ad aeternum, en absoluto nos referimos al ser óntico de las cosas cuyo ser material, ya sabemos, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Lo entendemos mejor desde una perspectiva teológica cuando nos preguntamos por el alma. El alma se me antoja el análogo, salvando las distancias, del referido ser del ser, es decir, el alma es aquello que permanece eternamente.

La teología soluciona el problema del sentido del ser heideggeriano partiendo de una verdad apriorística e incuestionable: Dios existe, ergo Dios es el ser del ser, es decir, es el ser eterno e invariable que da sentido a la existencia, tanto de las cosas como del ser humano.

Pero vayamos más allá de estas sencillas y pueriles conclusiones:

La idea de Dios es, si se me permite, un universal constante a lo largo de la historia que aparece en diferentes civilizaciones, distantes tanto en el tiempo como en el espacio. Podríamos decir que dicha idea es un legado de la tradición del logos humano (de nuestro lenguaje y de nuestra razón). Pero aferrándonos a la tradición (sin superarla) estaríamos enmascarando la auténtica verdad sobre el ser del ser, porque apelar a Dios, o a cualquier otro principio apriorístico no demostrable, significaría seguir manteniendo oculto al ser ontológico, que debería desvelarse (no revelarse) libre de los condicionantes de la tradición (cultura, historia, religión...).

Heidegger realiza una dura crítica contra la tradición, pero más que nada porque ella ha permitido que el ser humano se acomode y deje de buscar el verdadero sentido del ser o, en el mejor de los casos, lo busque por vías ya condicionadas previamente por el logos histórico. Heidegger insiste en que hay que desvelar el sentido del ser, es decir, mostrarlo para que no permanezca oculto, pero ¿qué método utilizaríamos para ello?. La teología se limita a revelarnos al ser del ser (Dios) a través de las sagradas escrituras: no vemos a Dios, pero éste se manifiesta y tiene sentido en los actos y hechos que es la vida.

Heidegger escogerá el método fenomenológico para desvelar el sentido del ser, pero resultará que dicho método, desarrollado por Husserl, pecaba de ciertas carencias. A saber:

El ser se manifiesta a través del fenómeno, es decir, de lo factible que se da ahí (en la existencia).
El dasein (ser en sí y ahí) se manifiesta a través de los hechos, es un constante hacerse a sí mismo, pero es un quehacer vital (Ortega) inmerso en la dimensión temporal. Y el método fenomenológico desarrollado por Husserl (maestro de Heidegger) no contemplaba la historicidad temporal del ser, pues la fenomenología reducía el ser al hecho, a lo que se daba o sucedía fuera de sí (existencia).

Vemos, pues, que si la vía teológica (revelación del ser) resultaba insuficiente para Heidegger en la tarea de desvelar el sentido del ser, la vía fenomenológica (facticidad del ser) tampoco servía como método, en tanto obviaba la historia o dimensión temporal en que se da el ser.

La cuestión es, y es lo que realmente debería importarnos, es que la vía teológica no nos desvela de forma originaria (libre de interpretaciones tradicionales) el sentido del ser (el ser del ser)*; tampoco nos desvela el sentido del ser la vía científica, que limita las posibilidades de desvelar al ser en tanto se ciñe a un riguroso método de análisis científico.
Sin duda, la desvelación del sentido del ser es un tema que atañe a la metafísica (más allá de la física), pero tampoco Heidegger logró tal objetivo, y el camino que nos mostró el filósofo alémán quedó tan solo como una propuesta, una innovadora alternativa a la teología y a la ciencia para hallar el sentido del ser.
Así pues, siguen sin respuestas las preguntas más urgentes y vitales que se formula el ser humano: ¿tiene sentido la vida y la existencia humana?, ¿hay una razón para ser y existir?. La duda me corroe.

* “La claridad es la cortesía del filósofo” (Ortega y Gasset)
* La vía teológica solo desvela el sentido del ser, es decir, a Dios, en tanto se tiene fe y se cree en la revelación de las sagradas escrituras, pero no porque el ser del ser halla sido desvelado desde la perspectiva metafísica.

La existencia auténtica.

Heidegger distingue en "Ser y Tiempo" la existencia cotidiana de la existencia auténtica y explica cómo el Dasein pasa de existir inmerso en la cotidianidad ("caída") a descubrir la existencia auténtica centrada en el "cuidado" del ser.
Píndaro, si no recuerdo mal, fue el primer pensador que proclamó solemne: "llega a ser quien eres", es decir, que instó al ser humano a desarrollar una existencia auténtica. Fichte la reformuló con su máxima "llega a ser quien realmente eres", y también Ortega la hizo "suya" al repetir incansable "sé el que eres".
Pero antes de dichas referencias directas al ser, para instarle a descubrirse a sí mismo, ya figuraba en el  Oráculo de Delfos la sentencia "conócete a ti mismo", dando por sentado que solo cabía ser auténtico desde un conocimiento previo del propio ser (Dasein). Sócrates hizo suya la máxima grabada en el Oráculo de Delfos,  y aún debería llegar San Agustín para ampliarla con su "conócete, acéptate, supérate" que impregnaría a todo el catolicismo. Así, también podemos encontrar en nuestro Quijote referencias a las mismas cuestiones existenciales:
«-¿Quién eres, adónde vas, de dónde vienes? Responde, fantasma o demonio, que quien te lo pregunta -dice Don Quijote- es nada menos que un hombre».


Ya dijo Ortega, y dijo bien, que la filosofía es la búsqueda de las respuestas a las sempiternas cuestiones existenciales: ¿quiénes somos, de dónce venimos, adónde vamos?. La filosofía era para Ortega, pues, una necesidad existencial y un imperativo vital de los que el ser humano no podía rehuir.
Y, sin embargo, y en palabras de Heidegger, la modernidad "alejó" al ser humano de sí mismo sumiéndole en la existencia de la cotidianidad, una existencia "inauténtica"centrada en el "estar en". El ser humano existe "estando", pero no "siendo"; "está" en el mundo para cumplir con un proyecto vital que no es el suyo, sino que le viene impuesto socialmente; "está" para trabajar, para "tener" objetos y bienes materiales, para cumplir con su rol de mero peón en la gran maquinaria de la ingenieria social, la cual, valiéndose de la "técnica", ha alejado al ser humano de la búsqueda del sentido del ser.
La técnica mantiene al Dasein en la caída, es decir, en una existencia de cotidianidad que se preocupa básicamente por el "estar" y el "tener", no por "el ser"; una existencia centrada en la rutina del "estar en", ya sea en el lugar de trabajo a determinada hora, de "hacer cosas" con puntualidad... y obcecada en el "tener" determinados bienes materiales.
En verdad, apenas hay tiempo para preguntarse por el sentido del ser cuando lo cotidiano dirige nuestras vidas: pagar hipotecas, pagar recibos de diferentes gastos, llegar a tiempo a determinado lugar...
Pero tras la caída, tras la cotidiana existencia, aparece siempre, tarde o temprano, la angustia. El Dasein se encuentra consigo mismo y comienza a conocerse y, retomando a San Agustín, comienza a aceptarse a sí mismo, que no es otra cosa que ser consciente de su propia finitud y tener presente a la muerte como la posibilidad de "poder no ser" o dejar de ser para siempre. Para Heidegger significará el encuentro del Dasein con la existencia auténtica, basada ésta en el cuidado del ser, es decir, en la responsabilidad que acepta el Dasein para hacerse cargo de "poder ser" (posibilidades de vida) asumiendo la posibilidad de su "poder no ser" (muerte).


Heidegger intenta huir de la tradición y no quiere hacer referencia teológica alguna, por lo cual se preocupa mucho de "crear" nuevas terminologías (desocultación, caída, cuidado...) que dificultan la comprensión de su analítica existencial en Ser y Tiempo. Pero la herencia del logos, como bien sabía Heidegger, siempre está ahí, si no explícita siempre implícita o sutilmente "oculta" en los entresijos de la dialéctica metafísica. De ahí su empeño por abandonar el método dialéctico sustituyéndolo por el fenomenológico.
Y, sin embargo, Emmanuel Lévinas se daría cuenta de que toda la obra de Ser y Tiempo trataba, en definitiva, sobre la "no presencia de Dios", es decir, que dicha obra era una suerte de teología negativa. De hecho, el propio Heidegger ya estaba en cierta manera impregnado de referentes teológicos, pues estudió teología durante varios años antes de adentrarse en el terreno de la metafísica y la fenomenología.
Unamuno, siempre sagaz, ya apuntó en su "Del Sentimiento Trágico de la Vida" que nadie como los ateos legitimaban tanto la idea de Dios, pues en su empeño por negarle no tenían más remedio que acudir a él.
Por otro lado, yo mismo no he podido evitar ver ciertas "analogías" entre las Sagradas Escrituras y Ser y Tiempo:

La vida en la caída, en la existencia cotidiana, se me antoja el análogo a la vida de los seres humanos antes de la revelación de Dios. Los humanos vivían en el "estar en" y en el "tener", adorando becerros de oro y sin preocuparse por el sentido del ser, es decir, por el ser del Ser (Dios para la teología). El cuidado heideggeriano, o consciencia de la angustia, coincidiría con el encuentro con Dios, pues en ambos casos supone el hecho de aceptar la responsabilidad de hacerse cargo de una vida finita que terminará con la muerte. La única diferencia, en absoluto baladí, es que la existencia auténtica heideggeriana no acepta como verdad la "posibilidad de" vida tras la muerte, mientras que el cristianismo asegura la vida eterna siempre que el creyente lleve una existencia auténtica conforme a los dictados de la fe.
Es claro, pero, que del hecho de que la analítica existencial de Heidegger no dé por cierta la existencia de Dios, no puede concluirse que éste no exista. Heiddeger deja abierto el camino que ha de recorrerse todavía para comprender el ser de la existencia (el ser del ser), pero la teología lo cierra conluyendo que Dios es el ser del Ser.