miércoles, 24 de abril de 2013

La razón vital, Ortega y Gasset.


En su libro "¿Qué es filosofía?, Ortega consideraba que la gran tarea de la filosofía era hallar la verdad radical  uniendo las dimensiones eternas y temporales.
La dimensión eterna: Ortega consideró una preexistencia (a priori) de la verdad; atribuyéndole a ésta un existir previo, incluso antes de que un sujeto real pudiera establecer juicios de valor respecto a ella (Platón) o pudiera definirla conforme al entendimiento (Kant). Un ejemplo de verdad a priori sería la ley de gravitación universal.
La dimensión temporal: La verdad está sometida al tiempo porque el acto psíquico humano que la aprehende (Zubiri) se da en el tiempo y a lo largo de la historia. Según Heidegger, dicho acto psíquico es el fenómeno o lo factible (lo que se da en la realidad).  Pero las verdades en sí mismas no poseen atributo temporal, no duran ni mucho ni poco. Por este motivo, Platón situó a la verdad en un mundo ideal e intemporal (un lugar extramundo): La región sobre-celeste de las ideas.

Considerando la verdad como una unión de las dimensiones eternas y temporales, Ortega se desvincula del relativismo, que defenderá que las verdades lo serán conforme al entendimiento de los hombres (la verdad la crea el ser humano a posteriori a través de la intelección). Así, habría tantas verdades como maneras de entender la realidad.
Frente al relativismo, Ortega defenderá el perspectivismo: No será la verdad la que cambie, sino la acepción que de la misma tengan los hombres en cada momento histórico, es decir,  lo que provocará  “el cambio” de una verdad será la perspectiva de la historia. Por tanto, la verdad para poder serlo en sí misma (sin el concurso del entendimiento humano) deberá aspirar a ser sobrehistórica e inmutable (no depender de la perspectiva histórica) y deberá poseer, por tanto, carácter de absoluta.

Así, la gran cuestión y el tema fundamental de nuestro tiempo, en palabras de Ortega, será el poder demostrar el carácter absoluto de la verdad.

Pero ¿podemos hablar de verdades absolutas?
La verdad científica: En el parecer de Ortega la verdad científica es exacta pero insuficiente para dar respuesta a la pregunta: “¿podemos hallar verdades absolutas?"
La ciencia solo valida conocimientos que se adquieren tras mediciones matemáticamente exactas, pero la verdad vital que necesita el ser humano, sobre el ser, es inexacta en tanto que inmensurable (no medible) y, por tanto, inaccesible para la ciencia.
La filosofía tiene como misión intentar (Ortega hace hincapié en el hecho de intentar) dar respuesta a las necesidades vitales del ser humano, ya que la ciencia rechaza cualquier intento de validar verdades inexactas.
El ser humano no se contenta con que algo sea y esté ahí, pues para ello ya bastaría la verdad científica, sino que necesita saber (filosofía) la razón de ser de lo que es; de la existencia, de la vida en definitiva.

Sin dicha necesidad de verdad vital, el ser humano jamás hubiese concebido religiones, ni místicas ni filosofías o metafísicas. Y no cabe duda de que es inherente al ser humano concebir ideas irreales y/o fantásticas que pueden ser en la mente humana, pero no existir.
Ejemplo: Podemos pensar en un unicornio; sabemos qué es un unicornio, pero los unicornios nunca han existido.

La verdad vital: Para la verdad vital serán insuficientes tanto el realismo como el idealismo:

El realismo: Considera que el pensamiento es el resultado del ser real (de la realidad). La verdad es la realidad o, lo que es lo mismo, el ser lo es de las cosas (filosofía antigua).
El idealismo: El ser es subjetividad (se conforma en el sujeto). Considera que la estructura del ser (de la realidad) procede del pensar (Kant). La verdad se construye conforme al entendimiento humano. Ya Aristóteles consideró la verdad como la coincidencia de lo real con el juicio lógico o racional del ser humano. Por ello, las tesis racionalistas defienden que la verdad (el ser) funciona y es lo mismo que lo que se piensa.
La razón vital de Ortega romperá con dicho dualismo antagónico (realismo vs idealismo) y concluirá que el ser es el vivir en coexistencia consigo mismo (yo, mente, sujeto) y con las cosas (el mundo o circunstancias, la realidad). Así, la verdad vital radical será la vida: “Yo soy yo y mis circunstancias”, la cosa (realidad)  y el sujeto (idea o pensamiento) en estrecha coexistencia.
 

 

martes, 16 de abril de 2013

Te visitará la muerte.



Últimamente ando algo decaído, en franca decadencia. La prueba irrefutable de lo que digo es que me ha dado por volver a leer. ¡Glups, qué mal estoy!
Como ya me sucediera en mi existencialista adolescencia, me ha dado por leer filosofía, y algo de teología, para más inri.
Después de leer un rato, siempre tomando el sol, las más de las veces suelo preguntarme: ¿Para qué cojones me sirve saber cómo reconcilió Santo Tomás de Aquino la filosofía de Aristóteles con el cristianismo, tradicionalmente platónico? ¿Qué consigo al entretenerme en la vana tarea de elucubrar sobre el sexo de los ángeles recurriendo a hueras metafísicas y filosofías?
Entonces me doy cuenta de que tan solo obtengo dos beneficios, pero en absoluto baladíes: Entretener mis neuronas, primero, y por tanto ralentizar la degeneración de mis funciones cognitivas, y segundo, pero no menos importante, consigo disfrutar de los rayos solares cual Diógenes despreocupado.
Sin embargo sí estoy preocupado; por las hipotecas, por los gastos que se suceden, por la salud de mis hijos y, cómo no, por unos cada vez más menguantes ingresos que se diluyen entre mis manos pagando impuestos, impuestos y más impuestos.
La vida es un drama, un constante quehacer, un vivir sin vivir, un quiero y no puedo, un espero y desespero. Una putada, vamos, por decirlo sin eufemismos cursis y en román paladino.
Y la gran putada que es la vida culmina con la solemne e inmisericorde gran putada que es la muerte, siempre acechante y presta a arrebatarnos la existencia en el momento más inesperado.
El otro día una mujer cualquiera, como tantas otras mujeres, comenzó a sentirse mal de repente. Por lo visto sufrió un inesperado ataque de asma. La infeliz intentó llegar a su medicación pero debió ser ingresada urgentemente. Murió en el hospital al poco de llegar, con tan solo 40 años de edad. Ha dejado un viudo y un hijo pequeño huérfano de madre. Seguramente también ha dejado alguna hipoteca, algún que otro cabo suelto en su vida y muchas, muchas preocupaciones.
Una muerte más como tantas otras muertes que se suceden, anónimas, a lo largo de una de las jornadas de la dama de la guadaña.
Y no pasa nada, nunca pasa nada, porque somos un ente orgánico colectivo que sigue vivo, sempiternamente, a pesar de que algunos de sus miembros perezcan inevitablemente por el camino que ha de conducirnos al fin último del absoluto... ¿Pero qué fin último? ¿El fin último de quién o de qué, en caso de haberlo?

Necesito dormir porque, como decía el poeta, "és quan dormo que hi veig clar" (cuando duermo veo claro), es cuando consigo olvidar la gilipollez que es la vida. Cuando duermo sueño, y me imagino una vida mejor: sin políticos, sin deudas, sin miserias, sin cadenas...

lunes, 15 de abril de 2013

La existencia y la esencia.



Hubo un momento de mi vida, siendo un joven bachiller, en el que Sartre y Kierkegaard (más concretamente su "Don Juan") llegaron a cautivarme.
El existencialismo, la filosofía de la existencia, seducía con facilidad a algunos jóvenes de antaño que, a falta de una PlayStation o de cientos de canales digitales, necesitaban alimentar sus neuronas para saciar descontrolados apetitos de saber.
Así, también puedo recordar todavía el impacto que me produjeron dos obras existencialistas de Unamuno: "Niebla" y "San Manuel Bueno, mártir"
Sería fácil arremeter contra las nuevas generaciones y culparles de su ignorancia, como sería fácil volver a arremeter contra la perversa LOGSE, pero lo cierto es que mi privilegiada memoria también recuerda que acaso yo fuere el unico "friki" de mi clase que disfrutaba y entendía las sesudas cuestiones metafísicas que explicaban libros y profesores. Tanto era así que, en no pocas ocasiones, los profesores rompían mi timidez instándome a debatir con ellos, lo cual, en verdad, me producía una curiosa mezcla de ansiedad y placentera excitación.
Tras leer "El Existencialismo Ateo" de Sartre, no pude por menos que sentirme profundamente identificado con él. De hecho, ya estaba preparado para tan herética comunión, pues desde pequeño se me sumió en la angustia de la desesperación, en "el sentimiento trágico de la vida": Dios no existía, estábamos solos en el mundo y de nosotros dependía poder llegar a ser. Así me hizo pensar mi entorno familiar de "izquierdas".
"L´existance précède l´essence" fue una frase que suscribí y acepté como verdadera y que permaneció grabada en mi mente durante mucho tiempo, y en francés, idioma que comencé a estudiar a edad temprana, antes incluso que la lengua catalana (eran otros tiempo más orientados hacia la meritocracia, y no tanto a satisfacer inconscientes particularismos).

Hoy, sin embargo, no sólo me cuestiono la veracidad de dicha máxima, sino que la considero dolorosamente falsa y perversa. Sólo un español como Unamuno, de profunda raigambre católica, aunque agnóstico liberal,supo entender el dolor que suponía privar de esperanza al ser humano; bien lo supo su San Manuel, atormentado párroco que se debatía entre las dudas de su fe y la necesidad de salvar a su rebaño prometiéndole ser más allá de la muerte.
¿De qué sirve, en realidad, negar la existencia de Dios?
Sartre no tuvo dudas ni empacho alguno en asegurar que la negación de Dios servía para poder llegar a ser uno mismo libremente, pues ante la carencia de una esencia espiritual a priori, al individuo sólo le quedaba crear su propio y subjetivo proyecto de vida que le permitiera autorrealizarse (llegar a ser quien realmente era, que diría Fichte).
Creo que Unamuno, como yo mismo, no lo vio tan claro, y ello a pesar de ser, como Sartre, un probado defensor de la subjetividad individual: "soy subjetivo porque soy un sujeto, sería objetivo de ser un objeto" (célebre frase unamuniana).
Y es que Unamuno, el tan español y genial Unamuno, no se engañó hipócritamente como lo hizo Sartre, porque si bien es cierto que el ser humano necesita ser, autorrealizarse a través de proyectos de vida (Ortega), lo que caracteriza al ser humano, ante todo y por encima de todo, es su sed de inmortalidad.

Decía Sartre, gran paradoja, que los valores morales debían inventarse para permitir que el ser humano pudiera realizar proyectos y autorrealizarse, pero al tiempo, curioso cuanto menos, negaba la existencia de Dios.
¿Acaso Dios no es una invención tan VITAL como necesaria?
Suponiendo, incluso, que hubiésemos "inventado" a Dios... ¿Quién nos instó a ello? ¿Tal vez el propio Dios? ¿No podría ser que la esencia espiritual, inherente a nuestra condición humana, ya estuviese presente en nosotros incluso antes de nacer?
¿Acaso una revelación no podría confundirse, perfectamente, con una invención?
Las cuestiones teológicas no son mi fuerte, pero, desde luego, me preocupa mi proyecto de vida y me preocupan mis hijos. Me preocupa que mi hija, por poner un ejemplo ilustrador, pudiera decidir abortar "libremente" (es un decir) con tan sólo 16 años. Y me preocupa que pudiera hacerlo, tan sólo, porque todavía se encontrase en ese estadio evolutivo, propio de todo adolescente, en el que todos hemos sido consciente o inconscientemente sartrianos, es decir, orgullosamente necios como para no reconocer jerarquías superiores, terrenas o divinas; esa edad en la que nuestro egoísmo no nos permitía pararnos a pensar qué era realmente la VIDA y qué significaba realmente ser un ser humano.
Me preocupa, gravemente, que mi hija se convierta en una vulgar Aído (¿un feto no es humano?), porque ahora, con la edad y la experiencia vital acumulada, sí creo que existe una esencia espiritual necesaria, me da igual si inventada o revelada, que nos insta a ser mejores a través de una promesa de vida.

jueves, 11 de abril de 2013

La leyenda negra de las Españas.


¿Acaso es posible amar, o tan siquiera respetar, aquello que se desconoce o, peor aún, nos han enseñado a despreciar?

Decía Julián Marías, en su imprescindible y magnífico libro "La España inteligible", que pocas naciones han recibido tantas hostilidades, desde fuera y desde el interior de su propio seno, como la nación española.
Marías nos señala el origen de dichas hostilidades en la propagación de la vil Leyenda Negra, nacida en el S XVI, y que todavía hoy envenena los espíritus de muchos españoles.
La envidia, nos señala el bueno de Julián, fue la causante de la tergiversación de determinados hechos históricos, primero, y de la exageración y falseamiento de los mismos después.
No entraré a describir de qué manera contribuyó a ello el errado Fray Bartolomé de las Casas, o los territorios protestantes o, incluso, las Españas más particularistas siempre egocéntricas y ansiosas de poder, pero sí recomiendo la lectura atenta de la España inteligible, donde se desmontan una a una, con datos históricos objetivos y argumentos racionales, las mentiras e insidias todavía insertas en el subconsciente colectivo de los españoles.
También me gustaría reivindicar, como hace Marías, la figura de uno de los pocos españoles que no se dejaron engañar por las exageraciones y manipulaciones de la susodicha Leyenda Negra: Francisco de Quevedo, el cual llegó a escribir:

- Hijo de España, escribo sus glorias. Sea el referirlas religiosa lástima de haberlas escuras, y no a ningunos ojos sea la satisfacción en divulgarlas...
-Bien sé a cuántos contradigo, y reconozco los que se han de armar contra mí; mas no fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después.

Tal parece que en la figura de Quevedo hallamos el primer "facha" de la historia, dispuesto a defender la razón de ser de las Españas, aun sabiendo que no le faltarán enemigos que se armen contra él. Y sigue el escritor expresando su pesar en La España defendida (1609) como sigue:

- ¡Oh, desdichada España!, revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución.


Marías, como he señalado en líneas anteriores, sí encuentra las causas de tan porfiada persecución (leer "La España inteligible), e incluso se atreve a señalarnos el remedio que ha de lograr que los hijos de las Españas vean a su legítima madre patria con admiración y respeto:

Llegar a ser un español libre, lográndolo mediante un penoso esfuerzo de veracidad y valor moral -Julián Marías-


Pero, me pregunto yo, ¿cómo llegar a ser un español libre, yo añadiría libre de complejos y culpas, en tanto todavía padecemos el daño de la leyenda negra de las Españas, hábilmente recogida e incorporada en las estrategias descalificadoras marxistas-leninistas, siempre obcecadas en erosionar valores patrios, siempre tercas y obstinadas en arremeter contra lo mejor y más excelente?¿No recordáis discursos de izquierdas que mencionen o hagan referencia a la opresión colonizadora de los españoles en las Américas?
¿A nadie le suena las apelaciones a Flandes y al duque de Alba, por poner sólo unos ejemplos, a las que recurren nuestros particularistas en sus discursos cada vez que argumentan contra el "actual" (¿¿??) imperialismo español?
¿Cuántas veces sale a colación la Sta Inquisición en los argumentos de quienes arremeten contra la idiosincrasia católica de España? ¿Y cuántos saben que dicha Institución se creó en Francia para perseguir a los cátaros?

La Sta Inquisición fue un "invento francés", un tribunal defensor de la fe creado originariamente para perseguir a los cátaros, los cuales se oponían a las doctrinas de la Iglesia católica.
De hecho, los cátaros fueron literalmente exterminados, en Francia (no lo olvidemos)
También en Francia, durante la famosa noche de San Bartolomé, los soldados defensores de la fe católica asesinaron a 5.000 hugonotes.

Tensiones religiosas, incluso odios viscerales entre diferentes comunidades religiosas, han existido en Europa desde que Tarik invadiera la península ibérica en el 711.
No sólo los cristianos cometieron barbaridades, pues también sabemos de las atrocidades cometidas por los musulmanes, sobre todo durante las primeras décadas de su conquista y dominio del decadente reino visigodo.
La preservación de la fe, de la Iglesia Romana, católica y apostólica, no fue tarea exclusiva, aunque sí vital, de la primigenia nación europea: la supernación de las Españas (Julián Marías), sino que fue preocupación común de las posteriores naciones que surgieron en el viejo continente.

Julián Marías no pretende, en su libro "La España inteligible", ni mostrar orgullo ni afán alguno por justificar la existencia pretérita de la Sta Inquisición. Pero sí demuestra los ERRORES y graves atropellos que cometieron, sin excepción, TODOS los antiguos reinos del medievo y las jóvenes naciones Europeas que vieron la luz durante la Edad Moderna.

Se preguntó Julián Marías, entonces, ¿por qué una "Leyenda Negra" sobre las Españas y no sobre ninguna otra nación, cuando TODAS fueron partícipes de injusticias y dogmáticas intransigencias?

La respuesta está en la envidia, y también el TEMOR, que profesaban las potencias europeas a las por entonces orgullosas y poderosas Españas.
Y, como para muestra un botón, Marías nos ilustra con el revelador pensamiento del filósofo inglés Francis Bacon, el cual expresa su opinión respecto a España en el ensayo "Sobre la verdadera grandeza de los Reinos y Estados":

"Me he maravillado a veces de España, cómo abarcan y encierran tan vastos dominios con tan pocos españoles nativos; pero ciertamente la extensión total de España es un grandísimo tronco de árbol, muy por encima de Roma y Esparta al principio...

Seguía Bacon:

... los romanos , los espartanos, los persas, más tarde galos, germanos, godos, sajones, normandos... profesaron a las armas como su principal honor, estudio y ocupación. Los turcos lo tienen hoy, aunque en gran declinación. De la Europa cristiana, los únicos que lo tiene son, en efecto, los españoles...

Fue la gran admiración y respeto (a la postre temor) que sentía por la grandeza de España, lo que instaría a Bacon a escribir una carta al príncipe de Gales (el futuro Carlos I) en 1624
La carta, titulada Consideraciones políticas para emprender la guerra contra España, decía así:

-"Este reino (Inglaterra) tiene justa causa para temer ser destruido por España. ¿Creéis que es poca cosa que la corona de España haya extendido sus límites desde hace sesenta años mucho más que los otomanos los suyos? No digo por alianzas o uniones, sino por las armas, las ocupaciones y por invasiones. Granada, Nápoles, Milán, Portugal, las Indias Orientales y Occidentales son las usurpaciones de esa corona"

En definitiva, Marías expone muy objetivamente, tras pormenorizado estudio y análisis de los hechos del pasado, y con documentos como los que he mostrado, el porqué de la "Leyenda Negra" de las Españas; una leyenda forjada por todos los enemigos de las Españas, que en verdad fueron muchos en tanto grandes y poderosas fueron éstas, y que tenía como objetivo deslegitimar la grandeza y poderío de la primera supernación (nación de naciones) de Europa.
Dicha Leyenda, transmitida de generación en generación y ya inserta en el subconsciente colectivo, es hoy, todavía, la causa directa de los complejos y culpas de muchos españoles, y sigue siendo el arma arrojadiza que, de mil y una maneras, siguen utilizando los enemigos de la Razón de Ser de las Españas (izquierdas apátridas y nacionalismos periféricos) para negar su trayectoria real en la historia.


Acaba Julián Marías el excelente capítulo dedicado a la Leyenda Negra:

- Piénsese cuánto importa conseguir una visión coherente, veraz, inteligible, de lo que España ha sido y, por tanto, de lo que puede ser.






 

miércoles, 10 de abril de 2013

La respectividad de lo real (Zubiri)

"Toda realidad es respectiva en cuanto realidad" - Xavier Zubiri.

Confusión de la filosofía clásica: considerar sinónimos idea, concepto, juicio y opinión.
Los clásicos también equipararon los términos intelección, conocimiento, e incluso ciencia.
Pero no es lo mismo intelección y conocimiento, ya que no toda intelección es conocimiento, pues el acto formal de la inteligencia - que es la intelección- no es conocer sino aprehender las cosas como realidad.

¿Qué es lo propio del inteligir?
La filosofía clásica consideró que lo propio del inteligir era la habitud, la relación o la referencia respecto a la realidad de las cosas. Es necesario distinguir y/o diferenciar dichos conceptos.

Distinción entre habitud, relación y respectividad.

La habitud: Es el modo de "habérselas con el medio" característica o propia de los seres vivos, no de las cosas.
Las tres radicales habitudes de los seres vivos serían:

1- El vegetar (plantas) a través del cual las cosas quedan como alimento.
2- El sentir (animales) a través del cual las cosas quedan como estímulos.
3- El inteligir (hombres) a través del cual las cosas quedan como realidad.

La relación: Nos permite ir de lo más periférico a lo más radical de las cosas.

1- Relación categorial: Es la ordenación o referencia de una cosa real a otra cosa real: semejanza o diversidad, lejanía o proximidad, mayor o menor tamaño...
Tiene dos momentos: el momento de alteridad "ser de " y el "ser en".

2- Relación constitutiva: Las relaciones no son consecutivas de las cosas reales, sino constitutivas de las cosas reales. Es el relacionismo o correlacionismo entre las cosas. El relacionismo es una conceptuación metafísica de las cosas reales.
La relación constitutiva sería un estrato más hondo que el de la relación categorial.
Podemos distinguir:
a) Una relación constitutiva del conocimiento: el conocimiento es una relación de la inteligencia con las cosas.
b) Una relación constitutiva del sujeto: Cada estado mental es constitutivamente dependiente de los demás.
c) Una relación constitutiva del objeto: La cosa es un haz de relaciones a otra cosa.

3- Relación trascendental: Es aquella relación que pertenece a la esencia misma del sujeto relacionado, esto es, a su propia y estricta entidad; es un estrato mucho más hondo que el de la relación categorial y que el de la relación constitutiva.

La respectividad: Es el concepto de realidad como un «de suyo», propio de la intelección sentiente (seres humanos). Las cosas quedan como realidad, no como estímulos (animales).

Inteligencia no consiste en concebir lo dado «a» ella por los sentidos, sino que consiste en aprehender como real lo dado sentientemente «en» ella. Por tanto, la inteligencia no es inteligencia concipiente (la inteligencia concibe y juzga la realidad), sino inteligencia sentiente. Inteligir es un acto que consiste formalmente en aprehender las cosas como reales. Es decir, la inteligencia humana no es sólo sensible (esto es, no sólo está referida «a» cosas sensibles), sino que es formalmente sentiente: aprehende impresivamente «en» ella las cosas como reales.

Conclusión de Zubiri: "En definitiva, a diferencia de la filosofía clásica, pienso que es forzoso partir de una idea distinta de inteligencia, inteligencia sentiente, y en su virtud de una idea distinta de realidad, realidad como «de suyo».
CONCLUSION
Por estratos distintos, hemos visto que en lo real hay relación categorial, relación constitutiva, relación transcendental y respectividad. En orden a nuestro problema, cada estrato supone el siguiente y se funda en él. Toda relación categorial supone tal vez una relación constitutiva. Y toda relación, tanto categorial como constitutiva, supone una relación transcendental. Ahora bien, toda relación de cualquiera de estos tres tipos es relación porque es la referencia de una cosa real a otra cosa real. Y por esto es por lo que toda relación presupone una respectividad transcendental. Porque la respectividad consiste primaria y radicalmente en la intrínseca y formal apertura del momento de realidad. En virtud de esta apertura nada es real, sino siéndolo respectivamente a aquello a que por ser realidad está formalmente abierto. Sólo porque la realidad es respectivamente abierta, sólo por eso puede haber relación. Ante todo, la relación transcendental, la entidad relativa, no sería posible si la realidad misma no fuera entitativamente abierta. Y sólo siéndolo puede haber una relación constitutiva talitativa; la constitución talitativamente relativa sólo es posible porque la talidad misma es abierta en cuanto talidad, es decir, en cuanto real. Y sólo porque lo real es talitativamente abierto puede recibir adventiciamente sus relaciones categoriales.

martes, 9 de abril de 2013

La razón intuitiva o sentiente.

El positivismo, el racionalismo impositor de la lógica y el empirismo científico se han cuidado mucho, desde tiempos de la ilustración, de desterrar la intuición como fuente necesaria para descubrir la verdad y, por tanto, para poder aprehender la realidad de las circunstancias que nos envuelven.
Sin embargo, la idea de Dios, como nuestro deseo de inmortalidad, no puede ser explicada a través de la lógica formal ni demostrada mediante analítico y sistemático método científico.
¿Qué tal llegar a Dios a través de una vía racional intuitiva?

Ni siquiera los ilustrados se pusieron de acuerdo en tan controvertido tema, pues allí donde un La mettrie (precursor del darwinismo) negaba la existencia de Dios, aparecían un Pascal o un Voltaire prestos a tirarle de las orejillas.
La famosa apuesta de Pascal, sin duda fruto de la razón, es toda una lección para los soberbios ateos, pero Voltaire fue todavía más contundente: "si Dios no existiera sería necesario inventarlo, pero la naturaleza entera nos grita que existe".

Es claro que no podemos vivir sin la idea de Dios, sin soñar con la eternidad, sin desear la perdurabilidad en el tiempo de nuestro ser, sin la esperanza de poder seguir siendo tras nuestra muerte.
Unamuno, ¡qué genial Unamuno!, bien claro lo dejó expresado en su "Del sentimiento trágico de la vida"; y también, cuando por boca de su párroco Don Manuel ("San Manuel Bueno, mártir"), propuso a un humilde campesino la posibilidad de que existiera una certeza, una prueba irrefutable de que Dios existía, pero, ¡atención!, al tiempo también existiría la certeza de que no habría vida después de la muerte.
- ¿Entonces para qué debería existir Dios, preguntó perplejo el agudo campesino?

¿Me sirve el Dios Topoderoso de Voltaire, Naturaleza creadora y arquitecto del Universo (deísmo) que, sin embargo, no trascendentalizaría mi ser ni garantizaría mi existencia eterna?
No lo sé, la duda me corroe, pero como Coleridge, sí creo que es necesario (imperativo vital y espiritual inherente al ser humano) tener esperanza, quizás fe:

"Mr. Coleridge solía insistir muy a menudo en la diferencia entre creencia y fe. Cierta vez dijo muy en serio que, si en aquel momento le convencieran de que el Nuevo Testamento era una falsificación desde el principio hasta el fin -y ésta era una convicción cuya posibilidad no podía hacerse cargo- por grande que fuera la desolación que sentiría, no disminuiría ni jota su fe en el poder y la misericordia de Dios por alguna manifestación de su ser hacia el hombre, ya sea en el pasado, en el futuro, o en los abismos ocultos en los que no hay tiempo ni espacio."

viernes, 5 de abril de 2013

Hacia un pragmatismo transcendente

El presente "ensayo", que pretenderá explicar el camino recorrido por el ser humano en su búsqueda de la transcendencia en la existencia, defenderá la necesidad de orientar la vida humana hacia un pragmatismo trascendente. Serán necesarias unas breves líneas para explicar la evolución de la idea de trascendencia a lo largo de la historia, para comprender dicha evolución histórica, primero, y más tarde poder superar el logos tradicional, intentando dotar de sentido la vida humana.

La Modernidad supondrá un punto de inflexión respecto a las diferentes acepciones de la  transcendencia, entendida ésta como Todo absoluto o Dios. La verdad transcendente es la que se da a priori, la que es en sí misma permanente e inmutable y sin necesidad del juicio lógico (Aristóteles) o de ser construida por la inteligencia humana (Kant). Los seres humanos se han aferrado históricamente a creencias transcendentales que diesen sentido a sus vidas y que les permitieran positivar (aceptar) el hecho inevitable de la muerte.
La modernidad, con sus avances científicos y tecnológicos, relegó la cuestión del sentido del Ser al olvido (Heidegger) y, como fatal consecuencia de ello, abocó al ser humano en el nihilismo y en la angustia existencial. Desposeído el ser humano de esperanza de vida tras la muerte, y descreído de que su existencia pudiera tener sentido, éste buscó nuevas alternativas a la tradicional vía teológica, despreciada desde que Nietzsche anunciara "la muerte de Dios". ¿Si Dios no existe y no existe promesa de vida eterna tras la muerte, qué le queda al ser humano para no hundirse en la desesperación? ¿Qué le queda para tener fuerzas para vivir y no abandonarse al suicidio? ¿Por qué y para qué vivir?
Albert Camus, hijo de la modernidad y seguramente inmerso en el desesperanzador nihilismo de su tiempo, erigió a la filosofía como vía alternativa a la teológica, es decir, recurrió a la filosofía para superar el drama de vivir (Ortega) y para hacer frente al sentimiento trágico de la vida (Unamuno). Y Camus nos regaló, escueta pero acertadamente, la siguiente frase: " La filosofía es el intento por evitar el suicidio". Gran verdad.

Pero antes de enunciar y reflexionar sobre las diferentes vías filosóficas postmodernas que se ofrecen como "esperanza de vida" para el ser humano, sería conveniente recordar las dos formas de existencia tradicionales que Peter Sloterdijk, en su magnífica obra "Celo de Dios", expone para poder explicar la sempiterna lucha entre verticalidad y horizontalidad.
Sloterdijk nos habla de dos modos de vida antagónicos: la vida en la cima y la vida en el valle.
Obsérvese que la vida en la cima se correspondería con una vida orientada y determinada por la verticalidad, mientras que en la llanura del valle se desempeñarían proyectos de vida horizontales.

La vida en la cima: Vivir en la cima supone la aceptación de la superación y del esfuerzo para ascender desde la falda de la montaña hasta lo más alto. El hecho de ascender supone el seguimiento de un camino; supone la realización de un recorrido plagado de dificultades. Al individuo le corresponderá alcanzar el sumum, comulgar con el TODO o con Dios a través de duro sacrificio. La vida en la cima supone la aceptación de una verdad transcendente, porque solo creyendo fervientemente en una recompensa última, el individuo podrá obligarse a pasar penalidades y afrontar duros trabajos. Cada paso en la escalada supondrá alcanzar un nuevo escalafón en un status inevitablemente jerárquico, inherente a la verticalidad de la ascensión.
La vida en la cima supone, en definitiva, superación, trabajo y aceptación de una inevitable jerarquía. El pueblo judío y los monoteísmos que de él derivaron (cristianismo e islamismo) se justificaron a sí mismos, y superaron difíciles circunstancias adversas, a través del sacrifico. A lo más alto de una cima debió subir Abraham para sacrificar a su propio hijo, y a lo más alto de una cima debió acceder Moisés para recibir las tablas de la ley. Cristo también fue crucificado en lo alto de una montaña.

La vida en el valle: La vida en el valle es cómoda y fácil, y supone la aceptación de un principio de horizontalidad igualitario. De la misma manera que la vida de Adán y Eva fue fácil en el jardín del Edén, también fue fácil para los primeros asentamientos humanos (revolución neolítica) en los fértiles valles del Tigris, del  Éufrates o del Nilo. Mahoma también prometió un paraíso o vergel, con bellas vírgenes, a quienes murieran por Alá.
La vida en el valle es la más natural y libre, la más deseada por el ser humano, pero tanto las religiones monoteístas, como la propia historia, nos enseñan que dicha vida es mera utopía. Así, Adán y Eva fueron engañados por el mal, de la misma manera que los primeros asentamientos humanos, ante el inevitable crecimiento de la población, debieron establecer férreas jerarquías (reyes y faraones) para dominar y controlar los actos de pillaje y, en definitiva, para poder administrar los recursos.

Las sociedades actuales, por lo general, intentan lograr un equilibrio entre estas dos formas de vida, sabedoras de que tan contraproducente puede resultar un exceso de verticalidad como un exceso de horizontalidad. ¿Pero qué tiene que ver la verdad transcendente con todo esto?
Si consideramos las dos posturas vitales, antagónicas, que serían el materialismo de la ciencia y los diferentes monoteísmos religiosos (y su variante del monoteísmo comunista) comprobamos que sus propuestas de vida resultan insuficientes para cualquiera que se pretenda espíritu libre, es decir, para cualquiera que entienda que la vida no puede ser un camino de desesperanza (materialismo nihilista), pero tampoco debería consistir en una existencia de servidumbre a determinados dogmas (religiosos y/o ideológicos).
El materialismo niega la trascendencia, la existencia a priori de cualquier esencia o razón de ser; niega al ser humano la promesa de vida eterna y lo sume en la desesperanza de una existencia abocada irremediablemente a la nada (la muerte).
Las religiones monoteístas son promesas de vida que sí otorgan a la existencia humana un valor trascendente, es decir, dotan de sentido lo que, a priori, sería una trágica vida de penalidades que culminaría con la muerte. Pero para ser merecedores de la salvación tras la muerte, los seres humanos deberán pagar un caro peaje en forma de renuncia voluntaria a su libertad, convertidos en siervos de un dogma.
El comunismo, intentando "salvar" o superar la servidumbre del ser humano hacia un dogma o creencia religiosa, sume a éste en un nuevo dogma ideológico. De hecho, el comunismo se dota de trascendencia, de sentido y justificación trascendente, desde el momento en que augura (promete) el advenimiento del utópico socialismo como fin último de la historia.
Si bien el materialismo histórico insta al marxismo a prescindir de una realidad trascendens, no puede evitar "contagiarse" del logos tradicional, y toda su teoría (promesa de vida en la tierra, que no en los cielos) no deja de ser una copia de los tres monoteísmos religiosos.
Resulta curioso, todavía hoy, observar la beligerancia con la que cualquier fiel seguidor de Marx sigue arremetiendo contra los seguidores de cualquier vía religiosa; ellos, los justos, se han arrogado no solo el derecho de erigirse en poseedores de "la moral más noble y justa que expresa los intereses de TODA la humanidad trabajadora" (XXI congreso del Partido Comunista, en Rusia 1961) sino que, al tiempo, se erigen en orgullosos Torquemadas con licencia para legitimar dictaduras proletarias o justificar cualquier acción directa que pudiese vulnerar la legalidad institucional. Rechazaron, desde el relativismo moral que defendían, la ética y la moral de la clase burguesa, pero no pudieron evitar imponer su propia moral de clase, absoluta y también con pretensiones de universalidad, como bien dejaron constancia de ello en el XXI Congreso del Partido Comunista.

Las sociedades con proyectos de vida trascendentes (monoteísmo y comunismo) persiguen siempre un fin último que será religioso (recompensa de vida eterna en el Valle del Paraíso) o ideológico (socialismo utópico en el Valle terrenal). Para ello, deberán instar a sus seguidores a cumplir con leyes, ya sean éstas sagradas (fe religiosa) o revolucionarias (fe ideológica); leyes que permitan una ascensión vertical hasta lograr la ansiada horizontalidad igualitaria. Su objetivo, por tanto, será dirigir a las masas, corriendo el riesgo de coaccionarlas en exceso privándolas de libertad por tal de alcanzar un supremum fin último.
Los proyectos de vida pragmáticos, sin embargo, buscarán el acceso directo a la vida en el Valle, prescindiendo de sacrificadas ascensiones verticales, y para ello se dedicarán, tan solo, a gestionar a las masas, pacificándolas y manteniéndolas entretenidas (cultura del ocio). El mayor peligro de una sociedad en exceso pragmática y hedonista será, precisamente, la pérdida de un sentido trascendente de la existencia y, por tanto, la pérdida de la libertad para que los individuos logren su autorrealización personal, ya que la motivación por llegar a ser uno mismo quedará subordinada a los dictados impositores de las masas (fútbol y telebasura uniformadores).

Cuando cualquier espíritu libre descubre que el comunismo tan solo es una nueva forma de esclavitud, que cambió la servidumbre hacia un Dios celestial por la sumisión a un Estado Omnipresente y Todopoderoso, entiende que se hace necesario superarlo, como se han superado en la generalidad de Occidente los dogmáticos monoteísmos.
Se trataría de defender unos valores con inevitable aspiración de universalidad, válidos para todos los seres humanos, pero también pragmáticos, es decir, efectivos para positivar la muerte dotando a los individuos de una existencia trascendente, con sentido.
Así, el pragmatismo existente en las actuales democracias igualitarias debería dotarse de cierta trascendencia si queremos evitar que el desesperanzador nihilismo siga empujando a los seres humanos hacia una vida en el Valle mal entendida, donde se ha desterrado cualquier vestigio de verticalidad en aras de justificar un despreocupado hedonismo, siempre buscando placeres y la satisfacción inmediata de los deseos, sin realizar un mínimo trabajo o esfuerzo.

jueves, 4 de abril de 2013

Hay que salvar a Ortega



Salvar a Ortega, con la urgencia y premura con que Unamuno nos instó en su día salvar la juventud española, es un imperativo vital, necesario e ineludible, para todo español de bien que se precie.
Todo ciudadano responsable debería ayudar a RESCATAR el pensamiento orteguiano, a la postre el único, o de los pocos, orientado en gran medida a entender el problema de las Españas, su sempiterna desvertebración y sus particulares circunstancias siempre adversas, mas nunca salvadas ni superadas con inteligencia.

Creo, como creyera Ortega, que el problema que subyace, irresoluto y olvidado en las actuales circunstancias, es el distanciamiento entre los discursos públicos y privados a la hora de afrontar dificultades.
Una sociedad enferma de esquizofrenia, que siente y piensa en lo privado de forma muy diferente a lo que expresa en público por mor de la "corrección política", está destinada a morir moral y vitalmente.
Pocos fueron los que escucharon en su día a Ortega, y muchos son ahora quienes les desconocen o ignoran.
Bueno sería rescatar su acepción de la docilidad voluntaria hacia los mejores y más excelentes; bueno sería reconocer de una puñetera vez la autoridad de los docentes, como se hizo por ley en la comunidad de Madrid a pesar de algunas reticencias cobardes. ¿Como pretende también Wert?
No han faltado, por supuesto, quienes han evocado los pretéritos recuerdos de la vara de avellano y la colleja para rechazar dicha ley, sin duda inspirados por aquella gloriosa frase de quien fuera ministro de Zapatero, Miguel Sebastián, cuando siendo aspirante a la alcaldía de Madrid dijera "no permitiré que ningún alumno se arrodille ante ningún profesor"
Tampoco han faltado los falseadores y pervertidores de verdades, argumentando que las "pretensiones" del ministro Wert son, poco menos, que erradicar las lenguas cooficiales de los centros de enseñanza y restaurar un nuevo nacionalcatolicismo.
¿De verdad?

Por supuesto que, el que más y el que menos, es conocedor de la VERDAD, es decir, sabe que la educación en España deja mucho que desear (ver los informes Pisa año tras año) Pero pocos, por no decir nadie, están dispuestos a arriesgar su bienestar y el de los suyos en aras de proclamar una blasfemia perseguida por los comisarios al servicio de la dictadura de lo "políticamente correcto": ¡Hay que hacer una reforma urgente el sistema educativo!

Ahí tenemos al exhonorable Montilla, y a otros tantos políticos, que saben perfectamente que la educación en Cataluña hace aguas por todas partes; saben que existen aulas que son auténticos ghettos donde los docentes se ven impotentes no solo para motivar, sino para imponer un mínimo de orden.
Pero dichos políticos exhiben un discurso público que ensalza las bondades del sistema educativo, que niega los problemas existentes y, al tiempo y en una alarde de vil cinismo, salvan a sus proles escolarizándolas en prestigiosos colegios privados.
¿Cabe ser más miserable?
Kant ha muerto hace tiempo, y no me refiero al individuo sino a su pensamiento.
¿Qué hay de aquél no desees o hagas a los demás lo que no desees o no quieras que te hagan a ti mismo?
Pero si Kant ha muerto, como ya ha tiempo murió Montesquieu y la separación independiente de los tres poderes, es porque ya nadie aspira a ser excelente; nadie respeta la inteligencia ni a los individuos que demuestran tener mayores cualidades.
¿Cómo se explica, si no, que solo los más ignorantes, lelos y necios, lleguen a los cargos políticos más elevados? ¿Cómo llegaron a ser presidentes Zapatero, Montilla o Rajoy, por poner tan solo tres patéticos ejemplos?
¡Hay que salvar a Ortega si queremos salvar nuestras terribles circunstancias adversas!, debemos rescatarlo del olvido si queremos superar la dictadura imparable de los individuos-masa, de la MEDIOCRIDAD que, en definitiva, nos somete a través de una falsa democracia, pervertida desde sus cimientos por una vil partitocracia al servicio exclusivo de sus particularistas y bastardos intereses de clase.

El hombre y la verdad



Hace ya algún tiempo me leí un pequeño libro del maestro Zubiri, titulado "el hombre y la verdad".
Intentaré hacer un resumen del mismo a partir de algunas notas que tomé en su día, y agradecería aportaciones y, sobre todo, correcciones, pues se me antoja que no realicé un análisis en exceso sistemático y pormenorizado del mismo.

¿Qué es la verdad?, se preguntó Zubiri, y para responder dicha cuestión nos ilustró con las respuestas dadas por algunos autores:

LA VERDAD COMO REALIDAD (óntica)

Parménides: "Verdad es lo que es". El filósofo griego identificaba Ser = verdad. La verdad es la verdad del TODO (lo que permanece inmutable), no la verdad del hombre, ya que la verdad se da por sí misma, sin mediación alguna, en la realidad. El ser humano debe descubrir la verdad recorriendo el camino de la verdad, que no es otro que el camino del ser, pues el SER no puede NO SER. El Ser es, así, esencia y existencia Presente y Real, pero no transcendente. Parménides se refiere al ser de las cosas (óntico) no al Ser del ser (ontológico), aunque existe discusión al respecto.

Platón: La verdad es la rectitud. La verdad pasa a considerarse, pues, un juicio, es decir, podrá ser o no ser. Si Parménides afirmaba que la Verdad lo era sin la mediación del hombre (era el hombre quien debía descubrirla tal cual era) Platón se referirá al descubrimiento de la idea y no de la apariencia (mito de la caverna) Lo auténticamente real es la idea que se encuentra entro de la realidad aparente.

LA VERDAD COMO REALIDAD Y ADECUACIÓN DEL INTELECTO A LAS COSAS

Aristóteles: La verdad consistirá en que sea cierto lo que se dice. Apela, como Platón, a un juicio, pero que ha de ser lógico.  Aristóteles ofrece una teoría de la verdad mucho más acabada. La tesis básica sobre la que se articula su pensamiento en este punto es que la obra del intelecto es adecuarse a la verdad: el producto propio de la razón es la verdad que, por sí misma, es independiente del sujeto en tanto que real.

LA VERDAD COMO TRANSCENDENS (ontológica)

Sto Tomás: La verdad es la conformidad o adecuamiento con las cosas. La verdad será ontológica y será auténtica cuando los atributos de los que está hecha también sean auténticos.
La verdad, hasta Sto Tomás, se definió, pues, como conformidad del pensamiento y del juicio objetivo sobre las cosas. Tomás sostiene que conocer es abstraer de las cosas lo universal que se encuentra contenido en ellas.
La verdad podrá ser, por tanto, atributo del pensamiento y atributo de las cosas.

LA VERDAD COMO CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

Kant: Aceptará que la verdad lo sea respecto al atributo de las cosas, es decir, cuando no haya discrepancia entre una cosa y lo que digamos sobre ella, pero señalará un problema al considerar la verdad como atributo del pensamiento.

Problema planteado por Kant: ¿El pensamiento está de acuerdo con las cosas porque éstas se reflejan realmente en nuestos juicios? ¿O el pensamiento está de acuerdo con las cosas dependiendo de la dirección de nuestro entendimiento (subjetividad)?
La verdad transcendental será, pues, una verdad puesta, o impuesta, por el hombre mismo, ya que se ha conformado a través del entendimiento.
La verdad de Kant se apoyará en la inteligibilidad, en los actos del entendimiento humano, pero obviará los atributos de la propia realidad.

LA VERDAD FENOMENOLÓGICA

Husserl: La verdad se da en un plano transcendental equidistante tanto del objeto-realidad (realismo) como de la idea-sujeto (idealismo). La verdad se da a través del fenómeno, que no es la realidad en sí misma ni la existencia del ente en si, sino una manifestación de la misma verdad o realidad.

LA VERDAD RESPECTO A LO REAL o como CONSTRUCTIVIDAD TRANSCENDENTAL

Zubiri reivindicará el papel de la realidad, y para ello definirá la inteligibilidad (los actos intelectivos) no sólo como juicios propios de la razón y la lógica (el entendimiento kantiano) sino también como actos volitivos y experiencias emocionales (inteligencia sentiente). La realidad lo es de suyo y la inteligencia (el sujeto) no juzga la adecuación del entendimiento cono la realidad, sino que aprehende la realidad misma.
Así, la verdad vuelve a encontrar su coincidencia con la realidad, porque la realidad, tal cual la percibimos, es fruto de la racionalidad, pero no sólo de la razón lógica sino también de las emociones y las voliciones.
La realidad se da a sí misma y es respectiva de otras realidades. A través de la intelección sentiente aprehendemos la realidad, de algo (cosa) que está formalmente presente como real, pues tiene carácter de suyo.

Hasta llegar a Zubiri se había asociado exclusivamente racionalidad con razón, cuando la racionalidad de los seres humanos es mucho más; es un atributo de la inteligencia para descubrir y aprehender la realidad a través de diferentes vías:
- Vías lógicas y cientifistas.
- Vías místicas y religiosas.

Todas las vías, en tanto que racionales, se valen de actos intelectivos a través de los cuales se puede llegar a hallar la verdad a partir de la aprehensión de la realidad.
La verdad, el Ser real se da de por sí, es aquello que se nos presenta en la impresión y tendrá carácter transcendente y será constructo (construcción) de la realidad. La verdad será una constructividad transcendental.

Nota: lo transcendental tiene dos caracteres: ser a priori respecto a las cosas (el Ser) y estar estructurado por sí mismo (no creado por el sujeto).