miércoles, 8 de mayo de 2013

Matrix, Unamuno y Sloterdijk

 
Ayer estaba viendo Matrix , creo que por tercera vez, cuando de repente me asaltó una sugestiva asociación de ideas. Las buenas películas, solía decir mi profesor de comunicación social, son las que sugieren; aquellas que empujan al espectador, no solo a "meterse" dentro de la trama -que también es placentero-  sino que además le invitan a "evadirse" de la misma, permitiéndole profundizar en el interior de sus pensamientos y emociones.
Como decía, mientras escuchaba la explicación de qué era Matrix, no pude evitar recordar el concepto de pedagogía social, de Unamuno, y el concepto de domesticación, de Peter Sloterdijk. ¡Pero si estaban diciendo lo mismo que ya antes dijera el maestro de Salamanca o lo que, ya entrado el SXXI, ha dicho con mayor crudeza el polémico filósofo alemán!
Matrix, Unamuno y Sloterdijk nos alertan, en definitiva, sobre el condicionamiento social, es decir, nos advierten de las armas que utilizan las élites oligárquicas, no solo para controlar a las masas, sino, más grave aún, para crear voliciones en éstas.
Una volición es un "deseo por" o un "deseo de"; es la voluntad orientada a la consecución de un determinado fin. Una voluntad que, como veremos, puede ser creada a posteriori socialmente.
Existen voliciones, deseos y motivaciones vitales y naturales, tales como las de saciar el hambre o el apetito sexual, que son inherentes a todos los individuos; son impulsos apriorísticos que tienen como objetivo la supervivencia y la obtención de placer. Pero existen también deseos y motivaciones que son "programados", que dirían en Matrix, en el sistema volitivo de los individuos: Las voluntades populares.

¿Las voluntades populares, los deseos de las masas, emanan espontáneamente de éstas?

En Matrix veíamos que lo que un individuo "vivía", pensaba o deseaba, era el resultado de un programa externo (creado por máquinas) que intervenía directamente sobre el sistema nervioso de los humanos, de tal manera que los humanos eran convertidos en animales de granja pero sin que estos fuesen conscientes de tan trágica realidad.
Unamuno, en su más que recomendable "Amor y Pedagogía", también nos señalaba la manera inmoral en que la pedagogía social se encargaba de moldear a los individuos desde su nacimiento, cercenando la libertad de los mismos y condicionándoles para desear aquello que la sociedad quería que desearan.
Sloterdijk, más contundente y como en Matrix, se refiere a las escuelas-granja que se encargan de criar ganado para que éste desee y se conduzca según los dictados del domesticador social de turno.

Podríamos concluir, tras aceptar que somos inevitablemente condicionados socialmente, sí o sí, que ninguna voluntad popular tiene legitimidad en sí misma, pues no emana del libre albedrío de la ciudadanía, sino que es el "programa" de un domesticador, en pugna con otros domesticadores, que ha sido insertado a través de pedagogía social en las granjas-escuelas para que las masas deseen lo que a determinados grupos de poder les interesa que deseen.

miércoles, 24 de abril de 2013

La razón vital, Ortega y Gasset.


En su libro "¿Qué es filosofía?, Ortega consideraba que la gran tarea de la filosofía era hallar la verdad radical  uniendo las dimensiones eternas y temporales.
La dimensión eterna: Ortega consideró una preexistencia (a priori) de la verdad; atribuyéndole a ésta un existir previo, incluso antes de que un sujeto real pudiera establecer juicios de valor respecto a ella (Platón) o pudiera definirla conforme al entendimiento (Kant). Un ejemplo de verdad a priori sería la ley de gravitación universal.
La dimensión temporal: La verdad está sometida al tiempo porque el acto psíquico humano que la aprehende (Zubiri) se da en el tiempo y a lo largo de la historia. Según Heidegger, dicho acto psíquico es el fenómeno o lo factible (lo que se da en la realidad).  Pero las verdades en sí mismas no poseen atributo temporal, no duran ni mucho ni poco. Por este motivo, Platón situó a la verdad en un mundo ideal e intemporal (un lugar extramundo): La región sobre-celeste de las ideas.

Considerando la verdad como una unión de las dimensiones eternas y temporales, Ortega se desvincula del relativismo, que defenderá que las verdades lo serán conforme al entendimiento de los hombres (la verdad la crea el ser humano a posteriori a través de la intelección). Así, habría tantas verdades como maneras de entender la realidad.
Frente al relativismo, Ortega defenderá el perspectivismo: No será la verdad la que cambie, sino la acepción que de la misma tengan los hombres en cada momento histórico, es decir,  lo que provocará  “el cambio” de una verdad será la perspectiva de la historia. Por tanto, la verdad para poder serlo en sí misma (sin el concurso del entendimiento humano) deberá aspirar a ser sobrehistórica e inmutable (no depender de la perspectiva histórica) y deberá poseer, por tanto, carácter de absoluta.

Así, la gran cuestión y el tema fundamental de nuestro tiempo, en palabras de Ortega, será el poder demostrar el carácter absoluto de la verdad.

Pero ¿podemos hablar de verdades absolutas?
La verdad científica: En el parecer de Ortega la verdad científica es exacta pero insuficiente para dar respuesta a la pregunta: “¿podemos hallar verdades absolutas?"
La ciencia solo valida conocimientos que se adquieren tras mediciones matemáticamente exactas, pero la verdad vital que necesita el ser humano, sobre el ser, es inexacta en tanto que inmensurable (no medible) y, por tanto, inaccesible para la ciencia.
La filosofía tiene como misión intentar (Ortega hace hincapié en el hecho de intentar) dar respuesta a las necesidades vitales del ser humano, ya que la ciencia rechaza cualquier intento de validar verdades inexactas.
El ser humano no se contenta con que algo sea y esté ahí, pues para ello ya bastaría la verdad científica, sino que necesita saber (filosofía) la razón de ser de lo que es; de la existencia, de la vida en definitiva.

Sin dicha necesidad de verdad vital, el ser humano jamás hubiese concebido religiones, ni místicas ni filosofías o metafísicas. Y no cabe duda de que es inherente al ser humano concebir ideas irreales y/o fantásticas que pueden ser en la mente humana, pero no existir.
Ejemplo: Podemos pensar en un unicornio; sabemos qué es un unicornio, pero los unicornios nunca han existido.

La verdad vital: Para la verdad vital serán insuficientes tanto el realismo como el idealismo:

El realismo: Considera que el pensamiento es el resultado del ser real (de la realidad). La verdad es la realidad o, lo que es lo mismo, el ser lo es de las cosas (filosofía antigua).
El idealismo: El ser es subjetividad (se conforma en el sujeto). Considera que la estructura del ser (de la realidad) procede del pensar (Kant). La verdad se construye conforme al entendimiento humano. Ya Aristóteles consideró la verdad como la coincidencia de lo real con el juicio lógico o racional del ser humano. Por ello, las tesis racionalistas defienden que la verdad (el ser) funciona y es lo mismo que lo que se piensa.
La razón vital de Ortega romperá con dicho dualismo antagónico (realismo vs idealismo) y concluirá que el ser es el vivir en coexistencia consigo mismo (yo, mente, sujeto) y con las cosas (el mundo o circunstancias, la realidad). Así, la verdad vital radical será la vida: “Yo soy yo y mis circunstancias”, la cosa (realidad)  y el sujeto (idea o pensamiento) en estrecha coexistencia.
 

 

martes, 16 de abril de 2013

Te visitará la muerte.



Últimamente ando algo decaído, en franca decadencia. La prueba irrefutable de lo que digo es que me ha dado por volver a leer. ¡Glups, qué mal estoy!
Como ya me sucediera en mi existencialista adolescencia, me ha dado por leer filosofía, y algo de teología, para más inri.
Después de leer un rato, siempre tomando el sol, las más de las veces suelo preguntarme: ¿Para qué cojones me sirve saber cómo reconcilió Santo Tomás de Aquino la filosofía de Aristóteles con el cristianismo, tradicionalmente platónico? ¿Qué consigo al entretenerme en la vana tarea de elucubrar sobre el sexo de los ángeles recurriendo a hueras metafísicas y filosofías?
Entonces me doy cuenta de que tan solo obtengo dos beneficios, pero en absoluto baladíes: Entretener mis neuronas, primero, y por tanto ralentizar la degeneración de mis funciones cognitivas, y segundo, pero no menos importante, consigo disfrutar de los rayos solares cual Diógenes despreocupado.
Sin embargo sí estoy preocupado; por las hipotecas, por los gastos que se suceden, por la salud de mis hijos y, cómo no, por unos cada vez más menguantes ingresos que se diluyen entre mis manos pagando impuestos, impuestos y más impuestos.
La vida es un drama, un constante quehacer, un vivir sin vivir, un quiero y no puedo, un espero y desespero. Una putada, vamos, por decirlo sin eufemismos cursis y en román paladino.
Y la gran putada que es la vida culmina con la solemne e inmisericorde gran putada que es la muerte, siempre acechante y presta a arrebatarnos la existencia en el momento más inesperado.
El otro día una mujer cualquiera, como tantas otras mujeres, comenzó a sentirse mal de repente. Por lo visto sufrió un inesperado ataque de asma. La infeliz intentó llegar a su medicación pero debió ser ingresada urgentemente. Murió en el hospital al poco de llegar, con tan solo 40 años de edad. Ha dejado un viudo y un hijo pequeño huérfano de madre. Seguramente también ha dejado alguna hipoteca, algún que otro cabo suelto en su vida y muchas, muchas preocupaciones.
Una muerte más como tantas otras muertes que se suceden, anónimas, a lo largo de una de las jornadas de la dama de la guadaña.
Y no pasa nada, nunca pasa nada, porque somos un ente orgánico colectivo que sigue vivo, sempiternamente, a pesar de que algunos de sus miembros perezcan inevitablemente por el camino que ha de conducirnos al fin último del absoluto... ¿Pero qué fin último? ¿El fin último de quién o de qué, en caso de haberlo?

Necesito dormir porque, como decía el poeta, "és quan dormo que hi veig clar" (cuando duermo veo claro), es cuando consigo olvidar la gilipollez que es la vida. Cuando duermo sueño, y me imagino una vida mejor: sin políticos, sin deudas, sin miserias, sin cadenas...

lunes, 15 de abril de 2013

La existencia y la esencia.



Hubo un momento de mi vida, siendo un joven bachiller, en el que Sartre y Kierkegaard (más concretamente su "Don Juan") llegaron a cautivarme.
El existencialismo, la filosofía de la existencia, seducía con facilidad a algunos jóvenes de antaño que, a falta de una PlayStation o de cientos de canales digitales, necesitaban alimentar sus neuronas para saciar descontrolados apetitos de saber.
Así, también puedo recordar todavía el impacto que me produjeron dos obras existencialistas de Unamuno: "Niebla" y "San Manuel Bueno, mártir"
Sería fácil arremeter contra las nuevas generaciones y culparles de su ignorancia, como sería fácil volver a arremeter contra la perversa LOGSE, pero lo cierto es que mi privilegiada memoria también recuerda que acaso yo fuere el unico "friki" de mi clase que disfrutaba y entendía las sesudas cuestiones metafísicas que explicaban libros y profesores. Tanto era así que, en no pocas ocasiones, los profesores rompían mi timidez instándome a debatir con ellos, lo cual, en verdad, me producía una curiosa mezcla de ansiedad y placentera excitación.
Tras leer "El Existencialismo Ateo" de Sartre, no pude por menos que sentirme profundamente identificado con él. De hecho, ya estaba preparado para tan herética comunión, pues desde pequeño se me sumió en la angustia de la desesperación, en "el sentimiento trágico de la vida": Dios no existía, estábamos solos en el mundo y de nosotros dependía poder llegar a ser. Así me hizo pensar mi entorno familiar de "izquierdas".
"L´existance précède l´essence" fue una frase que suscribí y acepté como verdadera y que permaneció grabada en mi mente durante mucho tiempo, y en francés, idioma que comencé a estudiar a edad temprana, antes incluso que la lengua catalana (eran otros tiempo más orientados hacia la meritocracia, y no tanto a satisfacer inconscientes particularismos).

Hoy, sin embargo, no sólo me cuestiono la veracidad de dicha máxima, sino que la considero dolorosamente falsa y perversa. Sólo un español como Unamuno, de profunda raigambre católica, aunque agnóstico liberal,supo entender el dolor que suponía privar de esperanza al ser humano; bien lo supo su San Manuel, atormentado párroco que se debatía entre las dudas de su fe y la necesidad de salvar a su rebaño prometiéndole ser más allá de la muerte.
¿De qué sirve, en realidad, negar la existencia de Dios?
Sartre no tuvo dudas ni empacho alguno en asegurar que la negación de Dios servía para poder llegar a ser uno mismo libremente, pues ante la carencia de una esencia espiritual a priori, al individuo sólo le quedaba crear su propio y subjetivo proyecto de vida que le permitiera autorrealizarse (llegar a ser quien realmente era, que diría Fichte).
Creo que Unamuno, como yo mismo, no lo vio tan claro, y ello a pesar de ser, como Sartre, un probado defensor de la subjetividad individual: "soy subjetivo porque soy un sujeto, sería objetivo de ser un objeto" (célebre frase unamuniana).
Y es que Unamuno, el tan español y genial Unamuno, no se engañó hipócritamente como lo hizo Sartre, porque si bien es cierto que el ser humano necesita ser, autorrealizarse a través de proyectos de vida (Ortega), lo que caracteriza al ser humano, ante todo y por encima de todo, es su sed de inmortalidad.

Decía Sartre, gran paradoja, que los valores morales debían inventarse para permitir que el ser humano pudiera realizar proyectos y autorrealizarse, pero al tiempo, curioso cuanto menos, negaba la existencia de Dios.
¿Acaso Dios no es una invención tan VITAL como necesaria?
Suponiendo, incluso, que hubiésemos "inventado" a Dios... ¿Quién nos instó a ello? ¿Tal vez el propio Dios? ¿No podría ser que la esencia espiritual, inherente a nuestra condición humana, ya estuviese presente en nosotros incluso antes de nacer?
¿Acaso una revelación no podría confundirse, perfectamente, con una invención?
Las cuestiones teológicas no son mi fuerte, pero, desde luego, me preocupa mi proyecto de vida y me preocupan mis hijos. Me preocupa que mi hija, por poner un ejemplo ilustrador, pudiera decidir abortar "libremente" (es un decir) con tan sólo 16 años. Y me preocupa que pudiera hacerlo, tan sólo, porque todavía se encontrase en ese estadio evolutivo, propio de todo adolescente, en el que todos hemos sido consciente o inconscientemente sartrianos, es decir, orgullosamente necios como para no reconocer jerarquías superiores, terrenas o divinas; esa edad en la que nuestro egoísmo no nos permitía pararnos a pensar qué era realmente la VIDA y qué significaba realmente ser un ser humano.
Me preocupa, gravemente, que mi hija se convierta en una vulgar Aído (¿un feto no es humano?), porque ahora, con la edad y la experiencia vital acumulada, sí creo que existe una esencia espiritual necesaria, me da igual si inventada o revelada, que nos insta a ser mejores a través de una promesa de vida.

jueves, 11 de abril de 2013

La leyenda negra de las Españas.


¿Acaso es posible amar, o tan siquiera respetar, aquello que se desconoce o, peor aún, nos han enseñado a despreciar?

Decía Julián Marías, en su imprescindible y magnífico libro "La España inteligible", que pocas naciones han recibido tantas hostilidades, desde fuera y desde el interior de su propio seno, como la nación española.
Marías nos señala el origen de dichas hostilidades en la propagación de la vil Leyenda Negra, nacida en el S XVI, y que todavía hoy envenena los espíritus de muchos españoles.
La envidia, nos señala el bueno de Julián, fue la causante de la tergiversación de determinados hechos históricos, primero, y de la exageración y falseamiento de los mismos después.
No entraré a describir de qué manera contribuyó a ello el errado Fray Bartolomé de las Casas, o los territorios protestantes o, incluso, las Españas más particularistas siempre egocéntricas y ansiosas de poder, pero sí recomiendo la lectura atenta de la España inteligible, donde se desmontan una a una, con datos históricos objetivos y argumentos racionales, las mentiras e insidias todavía insertas en el subconsciente colectivo de los españoles.
También me gustaría reivindicar, como hace Marías, la figura de uno de los pocos españoles que no se dejaron engañar por las exageraciones y manipulaciones de la susodicha Leyenda Negra: Francisco de Quevedo, el cual llegó a escribir:

- Hijo de España, escribo sus glorias. Sea el referirlas religiosa lástima de haberlas escuras, y no a ningunos ojos sea la satisfacción en divulgarlas...
-Bien sé a cuántos contradigo, y reconozco los que se han de armar contra mí; mas no fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después.

Tal parece que en la figura de Quevedo hallamos el primer "facha" de la historia, dispuesto a defender la razón de ser de las Españas, aun sabiendo que no le faltarán enemigos que se armen contra él. Y sigue el escritor expresando su pesar en La España defendida (1609) como sigue:

- ¡Oh, desdichada España!, revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución.


Marías, como he señalado en líneas anteriores, sí encuentra las causas de tan porfiada persecución (leer "La España inteligible), e incluso se atreve a señalarnos el remedio que ha de lograr que los hijos de las Españas vean a su legítima madre patria con admiración y respeto:

Llegar a ser un español libre, lográndolo mediante un penoso esfuerzo de veracidad y valor moral -Julián Marías-


Pero, me pregunto yo, ¿cómo llegar a ser un español libre, yo añadiría libre de complejos y culpas, en tanto todavía padecemos el daño de la leyenda negra de las Españas, hábilmente recogida e incorporada en las estrategias descalificadoras marxistas-leninistas, siempre obcecadas en erosionar valores patrios, siempre tercas y obstinadas en arremeter contra lo mejor y más excelente?¿No recordáis discursos de izquierdas que mencionen o hagan referencia a la opresión colonizadora de los españoles en las Américas?
¿A nadie le suena las apelaciones a Flandes y al duque de Alba, por poner sólo unos ejemplos, a las que recurren nuestros particularistas en sus discursos cada vez que argumentan contra el "actual" (¿¿??) imperialismo español?
¿Cuántas veces sale a colación la Sta Inquisición en los argumentos de quienes arremeten contra la idiosincrasia católica de España? ¿Y cuántos saben que dicha Institución se creó en Francia para perseguir a los cátaros?

La Sta Inquisición fue un "invento francés", un tribunal defensor de la fe creado originariamente para perseguir a los cátaros, los cuales se oponían a las doctrinas de la Iglesia católica.
De hecho, los cátaros fueron literalmente exterminados, en Francia (no lo olvidemos)
También en Francia, durante la famosa noche de San Bartolomé, los soldados defensores de la fe católica asesinaron a 5.000 hugonotes.

Tensiones religiosas, incluso odios viscerales entre diferentes comunidades religiosas, han existido en Europa desde que Tarik invadiera la península ibérica en el 711.
No sólo los cristianos cometieron barbaridades, pues también sabemos de las atrocidades cometidas por los musulmanes, sobre todo durante las primeras décadas de su conquista y dominio del decadente reino visigodo.
La preservación de la fe, de la Iglesia Romana, católica y apostólica, no fue tarea exclusiva, aunque sí vital, de la primigenia nación europea: la supernación de las Españas (Julián Marías), sino que fue preocupación común de las posteriores naciones que surgieron en el viejo continente.

Julián Marías no pretende, en su libro "La España inteligible", ni mostrar orgullo ni afán alguno por justificar la existencia pretérita de la Sta Inquisición. Pero sí demuestra los ERRORES y graves atropellos que cometieron, sin excepción, TODOS los antiguos reinos del medievo y las jóvenes naciones Europeas que vieron la luz durante la Edad Moderna.

Se preguntó Julián Marías, entonces, ¿por qué una "Leyenda Negra" sobre las Españas y no sobre ninguna otra nación, cuando TODAS fueron partícipes de injusticias y dogmáticas intransigencias?

La respuesta está en la envidia, y también el TEMOR, que profesaban las potencias europeas a las por entonces orgullosas y poderosas Españas.
Y, como para muestra un botón, Marías nos ilustra con el revelador pensamiento del filósofo inglés Francis Bacon, el cual expresa su opinión respecto a España en el ensayo "Sobre la verdadera grandeza de los Reinos y Estados":

"Me he maravillado a veces de España, cómo abarcan y encierran tan vastos dominios con tan pocos españoles nativos; pero ciertamente la extensión total de España es un grandísimo tronco de árbol, muy por encima de Roma y Esparta al principio...

Seguía Bacon:

... los romanos , los espartanos, los persas, más tarde galos, germanos, godos, sajones, normandos... profesaron a las armas como su principal honor, estudio y ocupación. Los turcos lo tienen hoy, aunque en gran declinación. De la Europa cristiana, los únicos que lo tiene son, en efecto, los españoles...

Fue la gran admiración y respeto (a la postre temor) que sentía por la grandeza de España, lo que instaría a Bacon a escribir una carta al príncipe de Gales (el futuro Carlos I) en 1624
La carta, titulada Consideraciones políticas para emprender la guerra contra España, decía así:

-"Este reino (Inglaterra) tiene justa causa para temer ser destruido por España. ¿Creéis que es poca cosa que la corona de España haya extendido sus límites desde hace sesenta años mucho más que los otomanos los suyos? No digo por alianzas o uniones, sino por las armas, las ocupaciones y por invasiones. Granada, Nápoles, Milán, Portugal, las Indias Orientales y Occidentales son las usurpaciones de esa corona"

En definitiva, Marías expone muy objetivamente, tras pormenorizado estudio y análisis de los hechos del pasado, y con documentos como los que he mostrado, el porqué de la "Leyenda Negra" de las Españas; una leyenda forjada por todos los enemigos de las Españas, que en verdad fueron muchos en tanto grandes y poderosas fueron éstas, y que tenía como objetivo deslegitimar la grandeza y poderío de la primera supernación (nación de naciones) de Europa.
Dicha Leyenda, transmitida de generación en generación y ya inserta en el subconsciente colectivo, es hoy, todavía, la causa directa de los complejos y culpas de muchos españoles, y sigue siendo el arma arrojadiza que, de mil y una maneras, siguen utilizando los enemigos de la Razón de Ser de las Españas (izquierdas apátridas y nacionalismos periféricos) para negar su trayectoria real en la historia.


Acaba Julián Marías el excelente capítulo dedicado a la Leyenda Negra:

- Piénsese cuánto importa conseguir una visión coherente, veraz, inteligible, de lo que España ha sido y, por tanto, de lo que puede ser.






 

miércoles, 10 de abril de 2013

La respectividad de lo real (Zubiri)

"Toda realidad es respectiva en cuanto realidad" - Xavier Zubiri.

Confusión de la filosofía clásica: considerar sinónimos idea, concepto, juicio y opinión.
Los clásicos también equipararon los términos intelección, conocimiento, e incluso ciencia.
Pero no es lo mismo intelección y conocimiento, ya que no toda intelección es conocimiento, pues el acto formal de la inteligencia - que es la intelección- no es conocer sino aprehender las cosas como realidad.

¿Qué es lo propio del inteligir?
La filosofía clásica consideró que lo propio del inteligir era la habitud, la relación o la referencia respecto a la realidad de las cosas. Es necesario distinguir y/o diferenciar dichos conceptos.

Distinción entre habitud, relación y respectividad.

La habitud: Es el modo de "habérselas con el medio" característica o propia de los seres vivos, no de las cosas.
Las tres radicales habitudes de los seres vivos serían:

1- El vegetar (plantas) a través del cual las cosas quedan como alimento.
2- El sentir (animales) a través del cual las cosas quedan como estímulos.
3- El inteligir (hombres) a través del cual las cosas quedan como realidad.

La relación: Nos permite ir de lo más periférico a lo más radical de las cosas.

1- Relación categorial: Es la ordenación o referencia de una cosa real a otra cosa real: semejanza o diversidad, lejanía o proximidad, mayor o menor tamaño...
Tiene dos momentos: el momento de alteridad "ser de " y el "ser en".

2- Relación constitutiva: Las relaciones no son consecutivas de las cosas reales, sino constitutivas de las cosas reales. Es el relacionismo o correlacionismo entre las cosas. El relacionismo es una conceptuación metafísica de las cosas reales.
La relación constitutiva sería un estrato más hondo que el de la relación categorial.
Podemos distinguir:
a) Una relación constitutiva del conocimiento: el conocimiento es una relación de la inteligencia con las cosas.
b) Una relación constitutiva del sujeto: Cada estado mental es constitutivamente dependiente de los demás.
c) Una relación constitutiva del objeto: La cosa es un haz de relaciones a otra cosa.

3- Relación trascendental: Es aquella relación que pertenece a la esencia misma del sujeto relacionado, esto es, a su propia y estricta entidad; es un estrato mucho más hondo que el de la relación categorial y que el de la relación constitutiva.

La respectividad: Es el concepto de realidad como un «de suyo», propio de la intelección sentiente (seres humanos). Las cosas quedan como realidad, no como estímulos (animales).

Inteligencia no consiste en concebir lo dado «a» ella por los sentidos, sino que consiste en aprehender como real lo dado sentientemente «en» ella. Por tanto, la inteligencia no es inteligencia concipiente (la inteligencia concibe y juzga la realidad), sino inteligencia sentiente. Inteligir es un acto que consiste formalmente en aprehender las cosas como reales. Es decir, la inteligencia humana no es sólo sensible (esto es, no sólo está referida «a» cosas sensibles), sino que es formalmente sentiente: aprehende impresivamente «en» ella las cosas como reales.

Conclusión de Zubiri: "En definitiva, a diferencia de la filosofía clásica, pienso que es forzoso partir de una idea distinta de inteligencia, inteligencia sentiente, y en su virtud de una idea distinta de realidad, realidad como «de suyo».
CONCLUSION
Por estratos distintos, hemos visto que en lo real hay relación categorial, relación constitutiva, relación transcendental y respectividad. En orden a nuestro problema, cada estrato supone el siguiente y se funda en él. Toda relación categorial supone tal vez una relación constitutiva. Y toda relación, tanto categorial como constitutiva, supone una relación transcendental. Ahora bien, toda relación de cualquiera de estos tres tipos es relación porque es la referencia de una cosa real a otra cosa real. Y por esto es por lo que toda relación presupone una respectividad transcendental. Porque la respectividad consiste primaria y radicalmente en la intrínseca y formal apertura del momento de realidad. En virtud de esta apertura nada es real, sino siéndolo respectivamente a aquello a que por ser realidad está formalmente abierto. Sólo porque la realidad es respectivamente abierta, sólo por eso puede haber relación. Ante todo, la relación transcendental, la entidad relativa, no sería posible si la realidad misma no fuera entitativamente abierta. Y sólo siéndolo puede haber una relación constitutiva talitativa; la constitución talitativamente relativa sólo es posible porque la talidad misma es abierta en cuanto talidad, es decir, en cuanto real. Y sólo porque lo real es talitativamente abierto puede recibir adventiciamente sus relaciones categoriales.

martes, 9 de abril de 2013

La razón intuitiva o sentiente.

El positivismo, el racionalismo impositor de la lógica y el empirismo científico se han cuidado mucho, desde tiempos de la ilustración, de desterrar la intuición como fuente necesaria para descubrir la verdad y, por tanto, para poder aprehender la realidad de las circunstancias que nos envuelven.
Sin embargo, la idea de Dios, como nuestro deseo de inmortalidad, no puede ser explicada a través de la lógica formal ni demostrada mediante analítico y sistemático método científico.
¿Qué tal llegar a Dios a través de una vía racional intuitiva?

Ni siquiera los ilustrados se pusieron de acuerdo en tan controvertido tema, pues allí donde un La mettrie (precursor del darwinismo) negaba la existencia de Dios, aparecían un Pascal o un Voltaire prestos a tirarle de las orejillas.
La famosa apuesta de Pascal, sin duda fruto de la razón, es toda una lección para los soberbios ateos, pero Voltaire fue todavía más contundente: "si Dios no existiera sería necesario inventarlo, pero la naturaleza entera nos grita que existe".

Es claro que no podemos vivir sin la idea de Dios, sin soñar con la eternidad, sin desear la perdurabilidad en el tiempo de nuestro ser, sin la esperanza de poder seguir siendo tras nuestra muerte.
Unamuno, ¡qué genial Unamuno!, bien claro lo dejó expresado en su "Del sentimiento trágico de la vida"; y también, cuando por boca de su párroco Don Manuel ("San Manuel Bueno, mártir"), propuso a un humilde campesino la posibilidad de que existiera una certeza, una prueba irrefutable de que Dios existía, pero, ¡atención!, al tiempo también existiría la certeza de que no habría vida después de la muerte.
- ¿Entonces para qué debería existir Dios, preguntó perplejo el agudo campesino?

¿Me sirve el Dios Topoderoso de Voltaire, Naturaleza creadora y arquitecto del Universo (deísmo) que, sin embargo, no trascendentalizaría mi ser ni garantizaría mi existencia eterna?
No lo sé, la duda me corroe, pero como Coleridge, sí creo que es necesario (imperativo vital y espiritual inherente al ser humano) tener esperanza, quizás fe:

"Mr. Coleridge solía insistir muy a menudo en la diferencia entre creencia y fe. Cierta vez dijo muy en serio que, si en aquel momento le convencieran de que el Nuevo Testamento era una falsificación desde el principio hasta el fin -y ésta era una convicción cuya posibilidad no podía hacerse cargo- por grande que fuera la desolación que sentiría, no disminuiría ni jota su fe en el poder y la misericordia de Dios por alguna manifestación de su ser hacia el hombre, ya sea en el pasado, en el futuro, o en los abismos ocultos en los que no hay tiempo ni espacio."