martes, 16 de abril de 2013

Te visitará la muerte.



Últimamente ando algo decaído, en franca decadencia. La prueba irrefutable de lo que digo es que me ha dado por volver a leer. ¡Glups, qué mal estoy!
Como ya me sucediera en mi existencialista adolescencia, me ha dado por leer filosofía, y algo de teología, para más inri.
Después de leer un rato, siempre tomando el sol, las más de las veces suelo preguntarme: ¿Para qué cojones me sirve saber cómo reconcilió Santo Tomás de Aquino la filosofía de Aristóteles con el cristianismo, tradicionalmente platónico? ¿Qué consigo al entretenerme en la vana tarea de elucubrar sobre el sexo de los ángeles recurriendo a hueras metafísicas y filosofías?
Entonces me doy cuenta de que tan solo obtengo dos beneficios, pero en absoluto baladíes: Entretener mis neuronas, primero, y por tanto ralentizar la degeneración de mis funciones cognitivas, y segundo, pero no menos importante, consigo disfrutar de los rayos solares cual Diógenes despreocupado.
Sin embargo sí estoy preocupado; por las hipotecas, por los gastos que se suceden, por la salud de mis hijos y, cómo no, por unos cada vez más menguantes ingresos que se diluyen entre mis manos pagando impuestos, impuestos y más impuestos.
La vida es un drama, un constante quehacer, un vivir sin vivir, un quiero y no puedo, un espero y desespero. Una putada, vamos, por decirlo sin eufemismos cursis y en román paladino.
Y la gran putada que es la vida culmina con la solemne e inmisericorde gran putada que es la muerte, siempre acechante y presta a arrebatarnos la existencia en el momento más inesperado.
El otro día una mujer cualquiera, como tantas otras mujeres, comenzó a sentirse mal de repente. Por lo visto sufrió un inesperado ataque de asma. La infeliz intentó llegar a su medicación pero debió ser ingresada urgentemente. Murió en el hospital al poco de llegar, con tan solo 40 años de edad. Ha dejado un viudo y un hijo pequeño huérfano de madre. Seguramente también ha dejado alguna hipoteca, algún que otro cabo suelto en su vida y muchas, muchas preocupaciones.
Una muerte más como tantas otras muertes que se suceden, anónimas, a lo largo de una de las jornadas de la dama de la guadaña.
Y no pasa nada, nunca pasa nada, porque somos un ente orgánico colectivo que sigue vivo, sempiternamente, a pesar de que algunos de sus miembros perezcan inevitablemente por el camino que ha de conducirnos al fin último del absoluto... ¿Pero qué fin último? ¿El fin último de quién o de qué, en caso de haberlo?

Necesito dormir porque, como decía el poeta, "és quan dormo que hi veig clar" (cuando duermo veo claro), es cuando consigo olvidar la gilipollez que es la vida. Cuando duermo sueño, y me imagino una vida mejor: sin políticos, sin deudas, sin miserias, sin cadenas...

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