jueves, 4 de abril de 2013

Hay que salvar a Ortega



Salvar a Ortega, con la urgencia y premura con que Unamuno nos instó en su día salvar la juventud española, es un imperativo vital, necesario e ineludible, para todo español de bien que se precie.
Todo ciudadano responsable debería ayudar a RESCATAR el pensamiento orteguiano, a la postre el único, o de los pocos, orientado en gran medida a entender el problema de las Españas, su sempiterna desvertebración y sus particulares circunstancias siempre adversas, mas nunca salvadas ni superadas con inteligencia.

Creo, como creyera Ortega, que el problema que subyace, irresoluto y olvidado en las actuales circunstancias, es el distanciamiento entre los discursos públicos y privados a la hora de afrontar dificultades.
Una sociedad enferma de esquizofrenia, que siente y piensa en lo privado de forma muy diferente a lo que expresa en público por mor de la "corrección política", está destinada a morir moral y vitalmente.
Pocos fueron los que escucharon en su día a Ortega, y muchos son ahora quienes les desconocen o ignoran.
Bueno sería rescatar su acepción de la docilidad voluntaria hacia los mejores y más excelentes; bueno sería reconocer de una puñetera vez la autoridad de los docentes, como se hizo por ley en la comunidad de Madrid a pesar de algunas reticencias cobardes. ¿Como pretende también Wert?
No han faltado, por supuesto, quienes han evocado los pretéritos recuerdos de la vara de avellano y la colleja para rechazar dicha ley, sin duda inspirados por aquella gloriosa frase de quien fuera ministro de Zapatero, Miguel Sebastián, cuando siendo aspirante a la alcaldía de Madrid dijera "no permitiré que ningún alumno se arrodille ante ningún profesor"
Tampoco han faltado los falseadores y pervertidores de verdades, argumentando que las "pretensiones" del ministro Wert son, poco menos, que erradicar las lenguas cooficiales de los centros de enseñanza y restaurar un nuevo nacionalcatolicismo.
¿De verdad?

Por supuesto que, el que más y el que menos, es conocedor de la VERDAD, es decir, sabe que la educación en España deja mucho que desear (ver los informes Pisa año tras año) Pero pocos, por no decir nadie, están dispuestos a arriesgar su bienestar y el de los suyos en aras de proclamar una blasfemia perseguida por los comisarios al servicio de la dictadura de lo "políticamente correcto": ¡Hay que hacer una reforma urgente el sistema educativo!

Ahí tenemos al exhonorable Montilla, y a otros tantos políticos, que saben perfectamente que la educación en Cataluña hace aguas por todas partes; saben que existen aulas que son auténticos ghettos donde los docentes se ven impotentes no solo para motivar, sino para imponer un mínimo de orden.
Pero dichos políticos exhiben un discurso público que ensalza las bondades del sistema educativo, que niega los problemas existentes y, al tiempo y en una alarde de vil cinismo, salvan a sus proles escolarizándolas en prestigiosos colegios privados.
¿Cabe ser más miserable?
Kant ha muerto hace tiempo, y no me refiero al individuo sino a su pensamiento.
¿Qué hay de aquél no desees o hagas a los demás lo que no desees o no quieras que te hagan a ti mismo?
Pero si Kant ha muerto, como ya ha tiempo murió Montesquieu y la separación independiente de los tres poderes, es porque ya nadie aspira a ser excelente; nadie respeta la inteligencia ni a los individuos que demuestran tener mayores cualidades.
¿Cómo se explica, si no, que solo los más ignorantes, lelos y necios, lleguen a los cargos políticos más elevados? ¿Cómo llegaron a ser presidentes Zapatero, Montilla o Rajoy, por poner tan solo tres patéticos ejemplos?
¡Hay que salvar a Ortega si queremos salvar nuestras terribles circunstancias adversas!, debemos rescatarlo del olvido si queremos superar la dictadura imparable de los individuos-masa, de la MEDIOCRIDAD que, en definitiva, nos somete a través de una falsa democracia, pervertida desde sus cimientos por una vil partitocracia al servicio exclusivo de sus particularistas y bastardos intereses de clase.

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