viernes, 5 de abril de 2013

Hacia un pragmatismo transcendente

El presente "ensayo", que pretenderá explicar el camino recorrido por el ser humano en su búsqueda de la transcendencia en la existencia, defenderá la necesidad de orientar la vida humana hacia un pragmatismo trascendente. Serán necesarias unas breves líneas para explicar la evolución de la idea de trascendencia a lo largo de la historia, para comprender dicha evolución histórica, primero, y más tarde poder superar el logos tradicional, intentando dotar de sentido la vida humana.

La Modernidad supondrá un punto de inflexión respecto a las diferentes acepciones de la  transcendencia, entendida ésta como Todo absoluto o Dios. La verdad transcendente es la que se da a priori, la que es en sí misma permanente e inmutable y sin necesidad del juicio lógico (Aristóteles) o de ser construida por la inteligencia humana (Kant). Los seres humanos se han aferrado históricamente a creencias transcendentales que diesen sentido a sus vidas y que les permitieran positivar (aceptar) el hecho inevitable de la muerte.
La modernidad, con sus avances científicos y tecnológicos, relegó la cuestión del sentido del Ser al olvido (Heidegger) y, como fatal consecuencia de ello, abocó al ser humano en el nihilismo y en la angustia existencial. Desposeído el ser humano de esperanza de vida tras la muerte, y descreído de que su existencia pudiera tener sentido, éste buscó nuevas alternativas a la tradicional vía teológica, despreciada desde que Nietzsche anunciara "la muerte de Dios". ¿Si Dios no existe y no existe promesa de vida eterna tras la muerte, qué le queda al ser humano para no hundirse en la desesperación? ¿Qué le queda para tener fuerzas para vivir y no abandonarse al suicidio? ¿Por qué y para qué vivir?
Albert Camus, hijo de la modernidad y seguramente inmerso en el desesperanzador nihilismo de su tiempo, erigió a la filosofía como vía alternativa a la teológica, es decir, recurrió a la filosofía para superar el drama de vivir (Ortega) y para hacer frente al sentimiento trágico de la vida (Unamuno). Y Camus nos regaló, escueta pero acertadamente, la siguiente frase: " La filosofía es el intento por evitar el suicidio". Gran verdad.

Pero antes de enunciar y reflexionar sobre las diferentes vías filosóficas postmodernas que se ofrecen como "esperanza de vida" para el ser humano, sería conveniente recordar las dos formas de existencia tradicionales que Peter Sloterdijk, en su magnífica obra "Celo de Dios", expone para poder explicar la sempiterna lucha entre verticalidad y horizontalidad.
Sloterdijk nos habla de dos modos de vida antagónicos: la vida en la cima y la vida en el valle.
Obsérvese que la vida en la cima se correspondería con una vida orientada y determinada por la verticalidad, mientras que en la llanura del valle se desempeñarían proyectos de vida horizontales.

La vida en la cima: Vivir en la cima supone la aceptación de la superación y del esfuerzo para ascender desde la falda de la montaña hasta lo más alto. El hecho de ascender supone el seguimiento de un camino; supone la realización de un recorrido plagado de dificultades. Al individuo le corresponderá alcanzar el sumum, comulgar con el TODO o con Dios a través de duro sacrificio. La vida en la cima supone la aceptación de una verdad transcendente, porque solo creyendo fervientemente en una recompensa última, el individuo podrá obligarse a pasar penalidades y afrontar duros trabajos. Cada paso en la escalada supondrá alcanzar un nuevo escalafón en un status inevitablemente jerárquico, inherente a la verticalidad de la ascensión.
La vida en la cima supone, en definitiva, superación, trabajo y aceptación de una inevitable jerarquía. El pueblo judío y los monoteísmos que de él derivaron (cristianismo e islamismo) se justificaron a sí mismos, y superaron difíciles circunstancias adversas, a través del sacrifico. A lo más alto de una cima debió subir Abraham para sacrificar a su propio hijo, y a lo más alto de una cima debió acceder Moisés para recibir las tablas de la ley. Cristo también fue crucificado en lo alto de una montaña.

La vida en el valle: La vida en el valle es cómoda y fácil, y supone la aceptación de un principio de horizontalidad igualitario. De la misma manera que la vida de Adán y Eva fue fácil en el jardín del Edén, también fue fácil para los primeros asentamientos humanos (revolución neolítica) en los fértiles valles del Tigris, del  Éufrates o del Nilo. Mahoma también prometió un paraíso o vergel, con bellas vírgenes, a quienes murieran por Alá.
La vida en el valle es la más natural y libre, la más deseada por el ser humano, pero tanto las religiones monoteístas, como la propia historia, nos enseñan que dicha vida es mera utopía. Así, Adán y Eva fueron engañados por el mal, de la misma manera que los primeros asentamientos humanos, ante el inevitable crecimiento de la población, debieron establecer férreas jerarquías (reyes y faraones) para dominar y controlar los actos de pillaje y, en definitiva, para poder administrar los recursos.

Las sociedades actuales, por lo general, intentan lograr un equilibrio entre estas dos formas de vida, sabedoras de que tan contraproducente puede resultar un exceso de verticalidad como un exceso de horizontalidad. ¿Pero qué tiene que ver la verdad transcendente con todo esto?
Si consideramos las dos posturas vitales, antagónicas, que serían el materialismo de la ciencia y los diferentes monoteísmos religiosos (y su variante del monoteísmo comunista) comprobamos que sus propuestas de vida resultan insuficientes para cualquiera que se pretenda espíritu libre, es decir, para cualquiera que entienda que la vida no puede ser un camino de desesperanza (materialismo nihilista), pero tampoco debería consistir en una existencia de servidumbre a determinados dogmas (religiosos y/o ideológicos).
El materialismo niega la trascendencia, la existencia a priori de cualquier esencia o razón de ser; niega al ser humano la promesa de vida eterna y lo sume en la desesperanza de una existencia abocada irremediablemente a la nada (la muerte).
Las religiones monoteístas son promesas de vida que sí otorgan a la existencia humana un valor trascendente, es decir, dotan de sentido lo que, a priori, sería una trágica vida de penalidades que culminaría con la muerte. Pero para ser merecedores de la salvación tras la muerte, los seres humanos deberán pagar un caro peaje en forma de renuncia voluntaria a su libertad, convertidos en siervos de un dogma.
El comunismo, intentando "salvar" o superar la servidumbre del ser humano hacia un dogma o creencia religiosa, sume a éste en un nuevo dogma ideológico. De hecho, el comunismo se dota de trascendencia, de sentido y justificación trascendente, desde el momento en que augura (promete) el advenimiento del utópico socialismo como fin último de la historia.
Si bien el materialismo histórico insta al marxismo a prescindir de una realidad trascendens, no puede evitar "contagiarse" del logos tradicional, y toda su teoría (promesa de vida en la tierra, que no en los cielos) no deja de ser una copia de los tres monoteísmos religiosos.
Resulta curioso, todavía hoy, observar la beligerancia con la que cualquier fiel seguidor de Marx sigue arremetiendo contra los seguidores de cualquier vía religiosa; ellos, los justos, se han arrogado no solo el derecho de erigirse en poseedores de "la moral más noble y justa que expresa los intereses de TODA la humanidad trabajadora" (XXI congreso del Partido Comunista, en Rusia 1961) sino que, al tiempo, se erigen en orgullosos Torquemadas con licencia para legitimar dictaduras proletarias o justificar cualquier acción directa que pudiese vulnerar la legalidad institucional. Rechazaron, desde el relativismo moral que defendían, la ética y la moral de la clase burguesa, pero no pudieron evitar imponer su propia moral de clase, absoluta y también con pretensiones de universalidad, como bien dejaron constancia de ello en el XXI Congreso del Partido Comunista.

Las sociedades con proyectos de vida trascendentes (monoteísmo y comunismo) persiguen siempre un fin último que será religioso (recompensa de vida eterna en el Valle del Paraíso) o ideológico (socialismo utópico en el Valle terrenal). Para ello, deberán instar a sus seguidores a cumplir con leyes, ya sean éstas sagradas (fe religiosa) o revolucionarias (fe ideológica); leyes que permitan una ascensión vertical hasta lograr la ansiada horizontalidad igualitaria. Su objetivo, por tanto, será dirigir a las masas, corriendo el riesgo de coaccionarlas en exceso privándolas de libertad por tal de alcanzar un supremum fin último.
Los proyectos de vida pragmáticos, sin embargo, buscarán el acceso directo a la vida en el Valle, prescindiendo de sacrificadas ascensiones verticales, y para ello se dedicarán, tan solo, a gestionar a las masas, pacificándolas y manteniéndolas entretenidas (cultura del ocio). El mayor peligro de una sociedad en exceso pragmática y hedonista será, precisamente, la pérdida de un sentido trascendente de la existencia y, por tanto, la pérdida de la libertad para que los individuos logren su autorrealización personal, ya que la motivación por llegar a ser uno mismo quedará subordinada a los dictados impositores de las masas (fútbol y telebasura uniformadores).

Cuando cualquier espíritu libre descubre que el comunismo tan solo es una nueva forma de esclavitud, que cambió la servidumbre hacia un Dios celestial por la sumisión a un Estado Omnipresente y Todopoderoso, entiende que se hace necesario superarlo, como se han superado en la generalidad de Occidente los dogmáticos monoteísmos.
Se trataría de defender unos valores con inevitable aspiración de universalidad, válidos para todos los seres humanos, pero también pragmáticos, es decir, efectivos para positivar la muerte dotando a los individuos de una existencia trascendente, con sentido.
Así, el pragmatismo existente en las actuales democracias igualitarias debería dotarse de cierta trascendencia si queremos evitar que el desesperanzador nihilismo siga empujando a los seres humanos hacia una vida en el Valle mal entendida, donde se ha desterrado cualquier vestigio de verticalidad en aras de justificar un despreocupado hedonismo, siempre buscando placeres y la satisfacción inmediata de los deseos, sin realizar un mínimo trabajo o esfuerzo.

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